Cimientos del pasado para construcciones del futuro 

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Texto y fotos por Valeria Pineda Ocampo

El viento silva, la lluvia cae torrencial, las tormentas de polvo azotan y el sol quema con incandescencia. Los grandes depredadores están a la vuelta de la esquina sin ley que los detenga. La naturaleza ruge cual león y enseña sus garras de oso grizzli. Sigue su curso sin pretender daño alguno, pero pareciera que el acecho no cesa y obliga a tomar un resguardo inmediato. ¿Cómo protegerse de la madre tierra incontenible?

El ingenio humano lo desafió sin culillo y desde el periodo neolítico entre el 10.000 – 3.000 a.C. creó las primeras técnicas de albañilería y carpintería. Elementos renovables como la madera, arcilla y piedra se convirtieron en aquella fortaleza que resguardaba esas primeras familias. En medio de cuatro paredes quizá estaban ocultos e indefensos, pero fue el primer paso para volverlos poderosos y llevar estas construcciones a otro nivel antes inimaginable. 

Pasaron los años y las edificaciones se convirtieron en lugares de reunión, trabajo y culto. La cimentación empezó a ser fundamental en el desarrollo de las civilizaciones para potenciar la agricultura, el comercio y la cultura. La edad antigua trajo consigo estructuras como las pirámides de Egipto (2550-2490 a.C), la Gran Muralla China (445-220 a.C) y el Coliseo Romano (72 d.C.). Mientras que, al otro extremo, culturas como los mayas, incas y muiscas iniciaban su proceso con construcciones vernáculas como tapia pisada, bahareque y adobe. 

Tradiciones protegidas 

Los cimientos se reformaron y continuaron su ciclo. En el caso de Colombia, algunos desaparecieron, otros se destruyeron y una parte aún se muestra vigorosa. Amparadas por el Ministerio de Cultura de Colombia mediante la Resolución 2079 del 2011 como Patrimonio Cultural de la Nación y como bien inscrito en la lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO.  

Entre los municipios de Caldas hay algunas casas que lucen relucientes como si los más de 100 años no les hubiesen afectado. Sin embargo, otras se encuentran huecas, aporreadas y deterioradas por los malos tratos que tienen debido al anhelo de una vivienda moderna. Allí entran a jugar, con su par de botas, manos engalladas y mochila de cabuya al hombro, los cirujanos de la construcción ancestral, Carlos Prieto y Guillermo Ramírez. Dos señores que por azares del destino se educaron con el bahareque. Guillermo, desde los nueve años, unta sus manos de cagajón de caballo para cubrir la esterilla. Actividad que a sus 68 años disfruta como si estuviera en una clase de manualidades de preescolar. 

Carlos, por otro lado, decidió continuar con la empresa familiar dedicada a restaurar y fabricar. Se monta en la máquina del tiempo con ayuda de su pulidora. La pasa varias veces sobre una puerta de cedro negro dejándola con un color natural que devela diferentes matices, por las transformaciones que tuvo. Luego de apagar el aparato, con un brillo en sus ojos como si hubiese tenido el viaje de su vida, expresa: “Qué más se le puede pedir a una puerta que lo entierre a uno. Definitivamente es volver un poco a todo lo que se vivía antes, recuperar cosas. No hay comparación ni calidad igual”. 

Un hombre en un cuarto oscuro se ocupa puliendo una puerta de cedro negro
El cedro negro fue una madera fácil de trabajar que garantizada una duración de cientos de años. Sin embargo, se prohibió su uso en la construcción por el peligro crítico de extinción en el que entró, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Foto por Valeria Pineda Ocampo.

Nuevos materiales, nuevas posibilidades 

Quizá esto no se pensó cuando llegó la revolución industrial en 1760, las máquinas causaron un furor y sistematizar las prácticas para producir en masa era lo que tanto se anhelaba. Por eso, llegaron materiales como el acero, vidrio y hormigón, para reemplazar elementos renovables que necesitaban un proceso más dedicado para la producción. Las nuevas tecnologías se vendieron como la solución, sin pensar que el mayor problema se había acabado de meter al horno. 

Comenzó a difundirse por todo el mundo un proceso de edificación que, según Archdesk, software de gestión de la construcción, contribuye con el 23% de la polución, 40% de la contaminación del agua potable, y 50% de residuos en los vertederos. Proceso que se alimentaba cada día por el alboroto de mudarse a la ciudad. Lo que generó una gran demanda de viviendas y la solución más certera era habitar los aires como pájaros. Aunque estuvieran anclados a la tierra, el vértigo que se sentía escalar piso a piso era como estar en otro mundo. 

El llamado de la tierra 

El humano y su desenfreno por seguir con su creación sin pensar en las consecuencias. Pese a que desde la antigua Grecia se hablaba de la importancia del medio ambiente con filósofos como Teofrasto. No fue sino hasta 1972 cuando se dio el primer encuentro global para hablar de medio ambiente en el ámbito gubernamental. 113 países asistieron a la primera Cumbre de la Tierra para adoptar la Declaración de Estocolmo, que en su artículo 15 enfatiza en: “Aplicarse la planificación a los asentamientos humanos y a la urbanización con miras a evitar repercusiones perjudiciales sobre el medio ambiente”. 

Este sería el inicio para marcar un antes y un después en la relación del humano con el mundo. En la que la idea de una construcción sostenible empezó a resonar en las cabezas. Llegaron tecnologías eficientes, energías renovables y sistemas de ahorro que empezaron a mejorar el rendimiento energético de las construcciones y cimentaron el camino para reducir el impacto ambiental que se había sistematizado.  

Tecnologías y avances como estos causaron asombro, pero para lograr la anhelada sostenibilidad llega la quinta revolución a tocar la puerta con firmeza. Y llama a una convergencia donde se retome la construcción ancestral, pues, así como lo dice la arquitecta Maria Alejandra Herrera: “Es volver a lo que se hacía antes, con la tecnología y los productos que existen hoy en día”. Es un bus que ya arrancó su rumbo y quien no se suba en él quedará rezagado.  

Las botas, esenciales para el trabajo de construcción, untadas de cagajón. Mientras el sujeto toma en sus manos el abono
Las construcciones ancestrales sostenibles utilizaban materiales y técnicas de construcción adaptadas al entorno local, lo que les permite integrarse armoniosamente en el medio ambiente y minimizar su impacto. Foto por: Valeria Pineda Ocampo.

Hacia la construcción sostenible 

A este bus ya se subió Néstor Ricardo Medina, quien, al ver un final de quemas en el pintoresco proceso cafetero, decidió utilizar las zocas de café que le estorbaban a los campesinos para convertirlas en elemento de construcción, se inspiró en las casas tradicionales de madera de Japón, Noruega y Canadá. Orgulloso de su proceso, que comenzó como una ayuda para una familia que había perdido todo en un incendio, recuerda una valiosa enseñanza: “Si definimos costoso en términos ambientales, es todo lo contrario, porque hay que mirar cuál es el costo ambiental a futuro”. 

La naturaleza es su esplendor, un entorno natural acompañado de cascada y vegetación verde
El Cluster planteó seis líneas estratégicas: Ciudades sostenibles, materiales verdes, eficiencia de recursos, certificaciones, financiación verde y carbono neutro. Con el fin de potenciar los procesos y que todos caminen hacia una misma dirección. Foto por: Valeria Pineda Ocampo.

Proyectos como este le apuntan a la edificación sostenible y promoción de una economía circular. Donde se llevan los materiales de la cuna a la cuna, es decir, se renuevan y tienen un nuevo ciclo de vida. Estas iniciativas las promueve el Clúster Construcción de Caldas, con su Agenda de Construcción Sostenible, que articula un repositorio de información para promover el avance y la colaboración entre los sectores. Como dice su gerente, Manuel Alejandro Chavarria Giraldo, buscan un balance perfecto entre lo social, económico y ambiental.  

Las técnicas ancestrales han dejado un valioso legado, pues sabían aprovechar la pureza de la naturaleza. Las nuevas tecnologías trajeron eficiencia y resistencia. La adaptación al cambio climático implica volver al origen y lograr convergencia con las nuevas tecnologías. Para que el humano y la naturaleza al fin puedan coexistir en simbiosis con la madre tierra. 

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