Con fiebre de oro

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Textos y fotos por Alejandro Samper Arango

Desde la parte alta del cúbico se escucha el grito de Don Édgar: “Préstele la batea que, como es nuevo, a lo mejor tiene suerte”. El novato soy yo y sobre la batea de madera de balso me echan una palada de un lodo grisáceo extraído de las entrañas del río Cauca. Tras unos minutos de mover el material, limpiarlo con agua y depurarlo de gravilla, queda una arena fina y negra. En medio de ella brillan dos diminutas chispas doradas: ¡oro!

Son las 2:05 pm y el termómetro marca 30 grados Celsius, pero la brisa del río, sumada a la sombra de los matarratones y cedros, mitigan el calor. Estamos en el Cauca Medio, entre los corregimientos de Arauca (Caldas) e Irra (Risaralda). Junto con el municipio de Marmato (Caldas) forman un triángulo donde la extracción artesanal de oro es una actividad común. Si se aguza el ojo, al recorrer los 82 kilómetros que hay entre la vereda El Kilómetro 41 (Caldas) y La Pintada (Antioquia) se pueden ver los cambuches de tabla, plástico y teja de zinc que protegen los cúbicos, instalados a ambos lados del afluente que recorre de sur a norte Colombia, por el cañón que se forma entre las cordilleras Central y Occidental.

Los cúbicos son unos pozos verticales que descienden hasta encontrar el lecho rocoso (o peña) del río. Pueden tener entre 10 y 50 metros de profundidad y luego se extienden, como en un hormiguero,

con túneles (o guías) bajo el cauce y sus alrededores hasta encontrar material mineralizado con oro. El Ministerio de Minas y Energía de Colombia no avala esta práctica pues las personas que allí trabajan se exponen a inundaciones, derrumbes, intoxicación por concentración de gases y asfixia.

Don Édgar es socio inversionista de este cúbico junto a otras tres personas: Samuel, el Chamo y un tercero que no quiso decir su nombre. La reserva es entendible pues esta es una práctica ilegal. Ellos se encargan de bajar por la boca de 1,5 metros por 1,5 metros de ancho de ese pozo para luego meterse por las guías y, con la ayuda de palas, barretones, taladros y baldes, rascarle las entrañas a la tierra.

Moverse por ahí es la pesadilla del claustrofóbico. Es estrecho, húmedo y las estructuras están llenas de cucarachas que se alimentan de la madera que sostiene al túnel y que se va pudriendo. Toca ir agachado y a veces el agua sube hasta las rodillas. Orientarse no es sencillo pues de la guía principal, que se puede extender hasta 100 metros, salen ramificaciones igual de extensas. La oscuridad se vence con linternas y el vaho de la respiración flota en el haz de luz.

Samuel lidera. Además de excavar es quien revisa que las conexiones eléctricas, aunque ilegales, estén bien hechas

para que la motobomba, el ventilador y el taladro neumático funcionen. El Chamo está al fondo de la guía principal, golpeando y abriendo hueco. Su voz se escucha, mientras repite el mismo verso de un reguetón, por encima del movimiento de las piedras. El tercero es el encargado de ‘grillear’, la labor más tediosa, que es mover el material en unas pequeñas carretillas (o grillos) a través de los túneles hasta la boca del cúbico.

En la superficie hay dos mujeres que se encargan de la pluma de carga; una grúa con la que suben el material y que también se usa para subir y bajar a los mineros del cúbico. Ellas luego ayudarán a lavar el barro con una pala y una manguera sobre una improvisada plancha de cemento, buscando pepitas de oro, y dirigiendo ese fango por un cajón donde el mineral más fino quedará atrapado en trampas de fibra y madera. Una labor que se repite en las minas adyacentes, que pertenecen a otras personas y que también pagan servidumbre al dueño del predio.

Ilegalidad

La Constitución colombiana, en su Artículo 332, dice: “El Estado es propietario del subsuelo y de los recursos naturales no renovables, sin perjuicio de los derechos adquiridos y perfeccionados con arreglo a las leyes preexistentes”. Su casa puede estar edificada sobre una veta de metales preciosos, pero si se encuentra debajo de la capa orgánica del jardín (una profundidad superior a los 2 metros) no es suya, es del gobierno. Y si es oro, que es un recurso natural no renovable, tampoco es suyo.

Para extraerlo se necesita un título de explotación minera que otorga el Ministerio de Minas y Energía. Este le permite trabajar el subsuelo por un tiempo limitado y ganarse un porcentaje de la venta de los recursos encontrados. Es un trámite engorroso y lento, lo que lleva a muchas personas a hacer sus excavaciones sin autorización ni control de las autoridades. Recientemente, el Estado formalizó a 50 mineros tradicionales de Marmato y seespera que unos 500 más de la región lo hagan en un plazo inferior a diez años. Don Édgar no se ve entre ese grupo.

“Este terreno pertenece a una finca ganadera grande y el dueño nos permite explotarlo a cambio de que semanalmente le demos una plata o algo de oro. Lo demás es para nosotros”, cuenta don Édgar. Dice que en ese cúbico le va bien, que ya recuperó la inversión de $4 millones y que los muchachos son honestos. “En esto la confianza es clave. Hay historias de pelados que están en las guías, encuentran orito y se lo guardan. Salen de allá diciendo que ahí no hay nada, pero por detrás se están quedando con las ganancias. O estafadores que llevan a potenciales inversionistas a cúbicos abandonados, donde previamente han regado algunas pepas de oro, para generarles la ilusión de que allí hay una veta y es fácil sacar el mineral. Una vez les dan la plata, se desaparecen”.

Si bien don Édgar confía en sus socios, no lo hace al 100%. Como no puede estar todos los días en el cúbico, pues se dedica a otros negocios, esa tarea de supervisión se la deja a Calan. Un hombre enjuto y de piel tostada por el sol. La ropa le cuelga y cuando habla de oro lo hace como lo haría un bazuquero sobre su adicción. “Yo he encontrado ‘maíz’ por montones; hubo un tiempo en el que me hacía hasta 9 palos a la semana, pero de eso no me queda mucho. Le compré una nevera y una lavadora a mi mamá, tiré una plancha en la casa y lo demás se fue”.

Calan habla de cuando barequeaba (lavaba oro en batea) en una mina abierta en el Chocó, seguramente explotada por el Clan del Golfo, y llegó el Ejército haciendo volar las dragas y retroexcavadoras por los aires. “¡Nos bombardearon! En esos momentos uno no sabe para dónde agarrar y lo que se quedó allá toca darlo por perdido”.

La Contraloría General de la Nación establece que de las 53 toneladas de oro que anualmente se extraen en Colombia, el 63% (o sea, unas 30 toneladas) provienen de la minería ilegal. En el último año, el Ejército se ha incautado o destruido cerca de 900 de estas máquinas usadas en la extracción ilegal de minerales, principalmente en los departamentos de Chocó, Nariño, Cauca la Amazonía. Por su parte, Gabriel Adolfo Jurado, contralor delegado para el Medio Ambiente, señala que las ganancias de este negocio pueden alcanzar hasta los $400 mil millones al año y van a las arcas de “cuatro o cinco grandes organizaciones criminales”.

La preocupación, sin embargo, no radica en los ingresos que puedan tener estas mafias sino en el daño ambiental que sufren estos territorios. A los grandes boquetes que hacen las dragas y excavadoras sobre los ríos, se suman la deforestación y la contaminación con mercurio.

Fortuna

En los últimos tres años, el precio del gramo de oro en Colombia ronda los $200 mil, según el Banco de la República. “Hace seis años hubo una bonanza en toda esta zona. El oro se encontraba a ras de piso, y uno veía niños, jóvenes y viejos caminando por la orilla del río buscando su pepa. Se movió mucho oro en Arauca”, cuenta un Calan hiperbólico. Pero así como llegó la fortuna, esta se fue.

“Hubo gente que tuvo para montar sus negocios en el pueblo y en Manizales; para organizar su casita, comprar moto o carro. Pero quienes más plata hicieron fueron unos hermanos. Ganaron millones y se los gastaron en putas y trago”, afirma Calan mientras agita su batea.

Arauca es un corregimiento caldense de 8 mil 500 habitantes y de mala reputación. En 1993, el periódico La Patria reportó que en este pueblo entrenaban sicarios al servicio de poderosos gamonales de la región. También que allí se gestó el grupo paramilitar Los Magníficos. El río Cauca fue testigo de las cantidades de cadáveres que por ahí pasaron y que encallaban hinchados en sus recodos.

Poco ha cambiado desde entonces. Los bares y discotecas de su calle principal continúan como guarida de jornaleros, pescadores, mineros y truhanes que los fines de semana se gastan sus ingresos con las prostitutas. Huele a sudor, aguardiente y humo de exhosto de los yips que se parquean en el parque a la espera de pasajeros. Y es donde se compra el oro extraído de

los cúbicos. “A Marmato lo maneja los canadienses de la Gran Colombia Gold, entonces quienes nos dedicamos a la minería artesanal echamos para Arauca”, dice Calan.

La gravilla sacada del cúbico gira en la batea mientras se mezcla con el agua del río. El material más pesado como el oro, el granate y la arena negra (arena ferrífera o magnetita) se decanta, por lo que Calan saca con sus ásperos dedos lo que queda en la superficie. No hay nada en el fondo. Echa un poco más de ese pantano gris y sigue barequeando. Cada palada, cada balde, cada batea guarda la esperanza de que se va a encontrar algo. “Esto es una lotería. A veces uno sale con los bolsillos llenos, pero la mayoría de las ocasiones no alcanza ni para pagarle a la que trajo el almuerzo”.

Es difícil establecer cuántas familias viven de esta actividad. Tan solo en Antioquia hay entre 150 y 500 familias que viven de barequear en el río Cauca y sus afluentes, según la organización Movimiento Ríos Vivos. Una labor ancestral, de unos 450 años de existencia en la región, que busca ser reconocida como patrimonio cultural inmaterial de la nación acogiéndose al Artículo 70 de la Constitución Nacional; los artículos 4 y 13 de la Ley 397 de 1997; la Ley 1037 de 2006 y la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO de 2003; la Ley 1185 de 2008; el Decreto 2941 de 2009 y la Resolución Número 0330 de 2010.

Al preguntar sobre la minería artesanal en este cúbico y los adyacentes todos tienen algún pariente que se dedica o dedicó a esto. Abuelos, tíos, padres, primos… Todos tienen historias; la mayoría trágicas. En mayo de 2015, 16 personas fallecieron en dos cúbicos del sector de El Playón, en el municipio de Riosucio (Caldas). El río Cauca se filtró por una grieta e inundó las guías sin

darles tiempo a los mineros de escapar. Varios conocidos de Don Édgar y Calan murieron ahí.

En abril del 2021 el drama fue en la vereda El Bosque, de Neira (Caldas), también a orillas del Cauca. Esta vez fueron once los mineros muertos y los organismos de rescate tardaron 24 días en sacarlos de esos túneles. El abuelo de la mujer que maneja la pluma en el cúbico está entre las víctimas. En julio de este año un minero quedó atrapado bajo las rocas de la mina La Calle, en el sector de La Villonza en Marmato (Caldas), pero lograron rescatarlo con vida. La noticia la leo en el periódico al día siguiente de haber bajado al cúbico.

Por una pepita

Antes de hacer este reportaje el oro era un mineral que no me interesaba. No encontraba sentido a la obsesión de algunas personas por exhibirlo, ni de las naciones en tasar su riqueza en lingotes, cuando hay otras materias primas (o commodities) más útiles. Sin embargo, dicen por ahí que “heredar no es robar”.

Mi abuelo fue minero aficionado y a mi bisabuelo lo asesinaron, el 16 de febrero de 1941, por robarle un poco de oro que había sacado de una mina en el Tolima. Ver ese par de chispas doradas en medio de esa arena negra y brillando bajo el sol despertaron en mi un interés inesperado. Don Édgar lo vio en mi rostro luego de que subí con la batea en la mano y Calan fue más explícito: “Ya va a querer encontrar una pepa”.

Y es cierto. Los días siguientes me hice a una batea y seguí barequeando por mi cuenta. Con menos suerte que la primera vez, pero con el mismo entusiasmo, porque cada pala, cada balde, cada batea guarda la esperanza de encontrar oro. Sea una chispa o una pepita. Don Édgar me invitó de nuevo al cúbico, “porque abrimos una guía nueva, hacia la montaña, y en esta sí vamos a encontrar buen orito”. Calan, por su parte, me convidó a ir por los lados de Marsella (Risaralda) porque por allá hay un sitio bueno para excavar. Solo necesita quien le ayude con los equipos y herramientas.

Entonces recuerdo a Fred C. Dobbs, personaje principal de la película El tesoro de la Sierra Madre (1948), interpretado por Humphrey Bogart. Un vagabundo convertido en minero cuya vida se transforma por una bolsa con polvo de oro. “Sé lo que hace el oro en el alma de los hombres”, dice. Ahora lo entiendo.

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