Agroecología: tejiendo lazos entre la tierra, los alimentos y la comunidad

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Texto y fotos por: Tomás Londoño Calderón

Al abrir la ventana de su cuarto, Amparo Arias siente el rocío de la mañana en el rostro, su primera labor durante el día es sentarse en la cama, ponerse las botas de caucho talla 36 y caminar hasta la cocina con Toby, uno de sus cinco perros labradores que la acompaña a tomarse el primer tinto del día. Ese mismo café que produce en La Persia, su finca agroecológica en Morrogacho, que cuida desde hace 23 años, al lado de Hugo Ríos, su esposo. Ellos, cultivan banano, plátano, café y hortalizas sobre cuatro hectáreas de terreno a través de técnicas orgánicas, que ella misma define como su propio estilo de vida.

A sus 69 años camina diariamente los 4000 metros cuadrados de terreno para, como dice ella, “echarle un ojo a las maticas”. Es oriunda de Manzanares (Caldas), madre de tres hijos y la mujer con más años en los mercados agroecológicos del departamento. Su gusto por lo orgánico se lo atribuye a los recorridos de infancia en la granja de su abuelo, allí lo veía sembrar madroño y mamei con residuos de diferentes cultivos que sobraban. De ahí en adelante, estableció una finca de producción libre de químicos que la llevaron años atrás a ser reconocida en Italia por su labor y ganar varios premios ambientales en la Alcaldía de Manizales.

Amparo Arias
Foto: Tomás Londoño Calderón

Ella es una mujer bajita, apenas 1,60 metros de estatura, pero cargada de valentía para convencer a su familia de irse a vivir al campo y hacer una apuesta por la siembra orgánica. Su hija Francia Helena la describe con una personalidad dulce, como las notas de sabor de su propio café fermentado con cáscara de mandarina.

“Yo tan vieja y tan ecológica”, dice Amparo.

Trabajar con las uñas, poco presupuesto y con escasez de terreno, son las dificultades que tienen que resistir campesinos como Amparo para subsistir y cultivar productos libres de químicos. Según Fedeorgánicos, en Colombia el sector agroecológico solo tiene el 1% de hectáreas del total del mercado de alimentos, es decir, que representa entre 90.000 mil a 100.000 hectáreas en todo el territorio. La vida agroecológica de los Ríos Arias se da en cuatro pasos:

Paso 1: La transición

De lo químico a lo orgánico, de los herbicidas a los biopreparados, un proceso de ensayo y error que llevó a la familia Ríos Arias a pensar en tirar la toalla en más de una ocasión y a continuar con la agricultura tradicional. Cuando inició era un panorama de cultivos sin frutos, un terreno desolado y paloteado, donde no había nada para sembrar y menos para recoger.

La plata invertida para ese entonces se perdía entre la maleza de los árboles y cada semana que pasaba era enterrar no solo el dinero, sino el sueño de hacer un cambio ambiental en la producción. Alexander Ríos, hijo mayor de Amparo, se encargó de toda la transición, realizó las adecuaciones para todo tipo de compostajes biológicos y procesos postcosecha. Le dijo a su madre. “Vaya a estudiar, haga cursos para que trabajemos en esto” y de ahí en adelante todo comenzó a florecer en La Persia.

Cursos de agricultura orgánica, frutales de clima frío, apicultura, siembra en invernaderos, plagas y enfermedades, fueron algunos de los contenidos que Amparo comenzó a estudiar en el Sena. Sus estudios la llevaron a conocer de la raíz hasta el fruto todos sus cultivos, a entender que para hacer compostajes ecológicos tenía que untarse sus manos de tierra, lombrices y hasta heces de caballo para sembrar orgánicamente. Hugo, Francia Helena y Amparo cambiaron sus costumbres de vida agrícola para ser pioneros en el departamento de técnicas agroecológicas, pero más que todo para reafirmar su propósito familiar:

Ayudar al medio ambiente y a la salud de las personas”.

Paso 2: Sembrar

Un día de siembra comienza a las 6:00 a.m. en La Persia. Hugo alista su machete y su pala dentro de la zona de biopreparados de la finca, allí palea el terreno para encontrar la mayor cantidad de lombrices dentro del compostaje, una labor que termina una hora después con dos bultos completos de tierra para la fertilización y varias picaduras en su cara por los zancudos que atrae la materia fecal de los animales dentro de la zona.

Al mismo tiempo en la huerta, Amparo selecciona las matas de café que estén más tupidas y altas, su experiencia en los cultivos la llevó a hacer todo por intuición. Después de todo el proceso de selección, los Ríos Arias ponen las plantas en canastas antes de cultivarlas y las acompañan de todo el material orgánico para la siembra. Su paso fino antes de plantar es tomarse un café que trae Francia Helena, quien no se involucra en las labores de la finca, pero sí complace a sus padres con un tinto después de un rato de trabajo.

Selección de café en la finca agroecológica de La Persia
Foto: Tomás Londoño Calderón

Sin ayuda de muchos trabajadores o de maquinaria tecnológica, Amparo y Hugo comienzan a sembrar las plantas. Primero, hacen los huecos donde va a ir cada mata de café, mientras su esposo cava la tierra, Amparo pone una planta y riega el terreno con el lombricompose (compostaje de lombriz).

“Esto es volear pala y bendecir la mano de mi esposa para que esto salga bueno”

Palabras de Hugo bañado en sudor y con su overol sucio después del proceso de siembra que, al cabo de dos horas y media, termina con una caminata de más de un kilómetro para volver a La Persia.

Al terminar de sembrar las matas, Amparo mira el atardecer que se oculta entre las montañas de Morrogacho. Solo le queda esperar que pasen los meses para recolectar su propio café que con tanto esfuerzo sembró sin químicos ni transgénicos, pues como lo explica ella:

“Sembrar así es maravilloso, uno no se afecta la salud y además reúsa todo el material de otros cultivos”.

Paso 3: Cosecha y más

La cosecha en La Persia queda en manos de Hugo que, a sus 77 años, recoge los frutos del cafetal al son de su radio. En cada una de sus manos lleva un balde viejo de pintura donde almacena cada uno de los granos del cultivo y en cada paso de su recorrido lo persiguen Susana y Luna, sus dos caninos favoritos que lo vigilan en la recolección de su producto insignia. Un proceso de sube y baja, de lleve y traiga, un camino que en la finca de los Ríos Arias se debe recorrer cada tres días para tener un café distinto, un trajín que para la edad de Amparo y Hugo es agotador.

Recogiendo café en la finca agroecológica de La Persia
Foto: Tomás Londoño Calderón

“Lo bueno de nuestras técnicas ecológicas es que tenemos producción todo el año y no alteramos las plantas para que den más de seguido”, comenta Hugo técnicamente en medio de lenguaje coloquial. Después de la recolecta, Hugo se quita las botas pantaneras y se cambia a unos particulares converse sin cordones para estar más cómodo en la etapa de fermentación. En este proceso sus uñas son la herramienta protagonista, con ellas pela los granitos verdes y vinotintos del café, para posteriormente fermentarlos con cáscara de mandarina y banano resultado un producto con notas más dulces. Después del trabajo realizado por su esposo, Amparo pasa el producto fermentado a costales para irlo a tostar fuera de su finca, un trayecto que tiene que hacer hasta Chinchiná en compañía de su hijo Alexander para que el café esté listo para el destino final.

Paso 4: Distribución

Llevar la carga sana a los mercados, recorrer las faldas empinadas de la carretera de Morrogacho y evitar el desgaste de los productos son las dificultades que los pequeños productores como Amparo tienen que superar para cumplir con todas las labores en términos de distribución. La Persia queda a seis kilómetros del casco urbano de Manizales, lo que implica llevar el café en mula hasta la ciudad para su comercialización.

Para este trabajo está Pepa, una mula de ocho años de edad que, en la parte izquierda de su torso, lleva dos racimos de plátano y en la derecha, dos bultos de café producido en la finca. Acompañada de Odulio Santana, trabajador de La Persia, se enfrenta cada semana a un camino de faldas que comprometen no solo los productos producidos sino también la vida de Pepa, pero que al final como dice Odulio “es un trabajo que hago con vocación, porque nadie más lo haría”.

Para finalizar todo el proceso, el café se comercializa en la tienda Origen Caldas, donde Alex Giraldo (uno de los compradores constantes de Amparo) adquiere su bolsa de una libra todas las semanas, afirma que el producto del La Persia es diferente a los demás, que su sabor tiene tonos dulces que no ha encontrado en otro café de la región. Un mercado que según el gremio es un poco más caro que lo habitual, pero que en la región ha tenido un crecimiento del 15%, según la Universidad de Caldas con su iniciativa del mercado orgánico. Para Amparo comentarios como los de Alex la motivan cada día a seguir produciendo en sus cuatro hectáreas de terreno y a seguir apostando por una agronomía libre de químicos y cada vez más saludable.

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