Lo que decían nuestros abuelos…

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Texto y fotos por: Laura Sofía Ocampo

Son las 11 de la noche y salgo del bar para dejar la fiesta y subo a la casa de mi abuelo para recoger las maletas y viajar. Abro la puerta, y al fondo del pasillo lo veo sentado en aquella silla roja, esperándome con su ruana puesta. Me mira y dice: “No viaje hoy. Usted no puede manejar, está muy atizada”.

“¿Atizada?”, pregunté a mis adentros. ¿Qué era eso? Volteo con mis maletas en las manos y le pregunté cuál era el significado y a través de los movimientos con sus manos y su explicación tan coloquial y paisa hizo entender que estaba ‘prendida o borracha’.

Hay una institución cultural española, que junto con otras 23 academias de lengua corresponden a cada país de idioma español y se dedican a regular la lingüística por medio de normativas y es la Real Academia Española, y sí, esta reconoce atizada como: “Persona que está bajo los efectos de un consumo excesivo de alcohol”.

¿Usted había escuchado estas palabras, esa jerga tan poco común en nuestra actualidad? No se preocupe, no es el primero ni el último, ya que fueron expresiones que usaron mi apá, mi amá y seguramente los suyos también, y todo gracias a que muchas de estas palabras, tan poco familiares, tienen influencia de la región antioqueña.

Chipén, entelequia, adefesio, almazuela, allende son expre- siones que con el paso del tiempo y la entrada de la tecnología empezaron a ser reemplazadas, lo que deja atrás una historia o una generación que no está muy lejana a nosotros. Estos térmi- nos, que son tan raros para nuestro vocabulario hoy en día, se dieron por la crianza en el campo de nuestros padres y abuelos.

Por ejemplo, los arrieros debían caminar por días con sus mulas para despejar caminos y atajos, observaban la posición del sol para saber la hora y cargaban, además del zurriago y un sombrero, la comida en latas, por eso cuando escuche la frase ‘se acabó la lata’, quiere decir que se acabó la comida.

A estas palabras se le denominan arcaísmos, pues en la página web de Concepto, explican que son aquellas fórmulas lingüísticas en desuso dentro de una lengua, pues estas provienen de épocas pasadas, pero que aún así permanecen en contextos muy específicos.

“Son palabras o expresiones antiguas que entran en desuso. Esto quiere decir que se van extinguiendo o tiende a hacerlo porque cada vez menos personas las entienden o son significados de una palabra que aún se usa, pero que ya cambio lo que designa”, explica Carlos Eduardo García Cortés, comunicador social y periodista, profesor de redacción, más conocido como ‘Charliz’.

Para este experto en la lengua española, la división más común de arcaísmos es:

Arcaísmos absolutos:

son aquellas expresiones que están completamente desaparecidas, como la palabra harbar, que es hacer algo atropelladamente o excavar en la tierra buscando algo.

Arcaísmos relativos:

son términos que solo se usan en ciertas regiones. Por ejemplo platicar es considerado un arcaísmo en España por su desuso, pero está plenamente vigente en México.

Arcaísmos morfológicos:

Hacen referencia a inicios o termi- nación de una palabra, que se dejan de usar, como la expresión ‘dello’ que quiere decir de ello/ de ella.

Localismo y regionalismo

Chaqueta en Manizales, la capital de Caldas, es una prenda de vestir que ayuda para cubrir del frío, sin embargo, en los recorridos a caballo o en las fincas cafeteras de mis bisabuelos, en las festividades después de una buena fritanga, generalmente me ofrecen una chaqueta, un buen tinto oscuro y caliente para bajar la pesadez.

Colombia es un país plural y multicultural, sus seis regiones han permitido que a través de los años el idioma cambie, o sea, hay expresiones que varían según el territorio. A esto se le conoce como localismos.

Hace un mes invité a comer a una compañera a mi casa. Ella es de Florencia, Caquetá. Y al entrar a mi casa, vimos en el piso una bolsa llena de frutas, redondas y moradas. Me pregunta qué es y mi respuesta es “gulupa”, pues en Caldas se le conoce así a esta fruta que internamente su semilla es como la del maracuyá, pero su sabor es más dulce. Ella no comprendió, pues de donde ella viene se le denomina ‘cholupa’, pero son lo mismo.

Palabras, palabras, palabras, unas nuevas, otras locales, otras en desuso. Si puede, pregúntele a sus abuelos por cómo llamaban las cosas, de pronto encuentra un tesoro y, de paso, ayuda a mantener vivo el pasado, que también es nuestro.

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