Una cocina propia

Unidiario
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Lo que más espera una – luego de pasarse toda la mañana arreglando un pollo, picando el cilantro, cortando la papa y pelando yuca – es un “está muy rico, hija” o un “gracias, mi amor, te quedó muy bueno el sancocho”. En cambio, lo que muchas veces se recibe es un lavaplatos lleno de ollas, sobrados y el conocimiento de que al día siguiente será igual, lo mismo que al que le sigue a ese. ¿Por qué? “Porque así es como debe ser”.

En el campo muchas mujeres ocupamos este papel para nuestros “hombres”. Mientras ellos volean machete, recogen el café o siembran el plátano, nosotras nos dedicamos enteramente a los manjares de la cocina tradicional. Y aunque ese “ocupamos” suena voluntario, a veces también es un rol que se nos impone, porque desde pequeñas evalúan si “servimos para manteca”. 

Si bien para algunas la cocina es una sentencia desde el nacimiento, para otras, como Mariela Cano, de la vereda Palo Santo, en Salamina (Caldas), la cocina es un lugar amañador: “Aprendí a cocinar a los 14 cuando me casé. A mí me gusta estar en la cocina y aquí en la finca, con los animales, las matas y haciendo oficio”. Desde las 3:00 a.m. está de pie, aún rodeada por la oscuridad de la madrugada y por los cantos de los pájaros que a esas horas apenas se comienzan a levantar, porque lo primero que hace Mariela, cada día, es montar la aguapanela.

Pero para Ana Delia Montoya, de la misma vereda, la cocina no tiene nada de amañador:

“Cocino desde los 7 años. Mientras papá salía a conseguir cualquier cosita, nosotras nos encargábamos de la casa; no ve que éramos siete mujeres”. 

Actualmente, Ana Delia trabaja cosechando café con su hermana, pero normalmente debe cocinar para cinco personas ahí, en su fogón de leña. Su plato favorito es el sancocho porque su presa predilecta es el costillar, pero solo lo hace los lunes y martes, dependiendo de qué tan buena esté la carnita. Sin embargo, para ella la cocina no significa más que una esclavitud. “Es una maldición que nos tocó a nosotras las mujeres”.

Según estadísticas presentadas por el DANE en el 2022, el 72,1% de las mujeres en zona urbana están en desacuerdo con que el papel de una mujer es casarse y tener hijos, mientras que, en la zona rural, solo el 58,9% estuvo en desacuerdo con este planteamiento. La cocina puede traer empoderamiento, porque a veces es nuestro santuario, sabemos dónde está todo, donde pusimos el cubo de Maggi y en qué cajón dejamos la libra de lentejas. Echamos a los varones para que no hagan algún daño o perturben nuestra paz, porque “un hombre en la cocina huele a rila de gallina”. Todo porque esto, esta cultura, esta obligación representada en un fogón de leña, un cuchillo y una tabla de picar, es lo que conocemos, es el campo, lo que se nos impuso y lo que nos toca.

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