Texto por: María José Valencia
Es una noche mágica, salva vida, donde grandes talentos e historias se entrelazan en un escenario iluminado, rodeado de aplausos y la expectación de un público emocionado. En el centro del escenario, sobre una plataforma rodeada de destellos dorados está Alana Toro Guarnizo. Las pantallas gigantes que adornan el lugar, ubicadas detrás de ella, comienzan a proyectar sus propias imágenes, imágenes de la vida de una niña excepcional, cuyas huellas marcaron el camino hacia este momento.
La música comienza suavemente y Alana, con seguridad, toma el micrófono que amplificará su voz. Antes de cantar su primera nota, los recuerdos de su niñez inundan su mente. Cierra los ojos y, al abrirlos, ve a su mamá, Diana Guarnizo, con la mirada llena de orgullo y emoción. Diana rememora un momento crucial en la vida de su hija: “Recuerdo perfectamente ese día. Alana tenía tres años cuando unas pequeñas manchas rojas -petequias- aparecieron en sus ojos como señal de que algo estaba mal. Había sido diagnosticada con cáncer. No sabíamos qué hacer. El mundo entero parecía desmoronarse en un instante. Nos dijeron que las probabilidades de que viviera eran mínimas, y el dolor de ver a mi hija tan pequeña atravesando todo eso era indescriptible. Pero su sonrisa nunca se apagó. Ella, tan pequeña, nos enseñaba todos los días a seguir adelante”.
Las pantallas muestran imágenes de una pequeña Alana con su cabello castaño y ojos brillantes, cantando alegremente en su casa rodeada de su familia. De repente, las fotografías cambian y se ve a una niña enfrentando el dolor de la leucemia. El diagnóstico llegó sin previo aviso: “leucemia linfoide aguda”, una enfermedad que, en ese entonces, no ofrecía muchas garantías de éxito. Los médicos no podían asegurarle la recuperación debido al avanzado estado. Aunque hoy, la American Cancer Society (ACS) asegura que el 90% de los niños pueden superar esta batalla gracias a los avances médicos y tecnológicos, para Alana, las posibilidades eran inciertas, y la lucha, aún más dolorosa.
La música, la sanadora
La música se intensifica y se escucha un fragmento de la canción que cambió su vida: “Soy colombiana, hija de Risaralda, una pequeña dama…”
La cámara del celular de su mamá Diana, se enfoca en el rostro de su padre, Francisco Javier Toro, conocido cariñosamente en el gremio de la música andina como Pacho. Con guitarra en mano, mientras su hija lucha en un hospital, compuso el bambuco Soy colombiana en uno de los momentos más retadores de su vida. La letra de la canción, que con el tiempo se convertiría en un himno de resistencia y esperanza, retumba en el aire del teatro Santiago Londoño, en Pereira.
“La música fue nuestro refugio. Estaba en el hospital, con la guitarra, tratando de canalizar todo lo que sentía. Alana luchaba por su vida, pero su espíritu era inquebrantable. Componer Soy colombiana fue una forma de conectarme con ella y con la esperanza. Era un canto para su alma, algo que me ayudaba a creer que ella saldría adelante”, comenta Pacho.
El público observa en silencio, conmovido, mientras se proyecta a Alana cantando en la habitación del hospital, rodeada de médicos, enfermeras y otros niños que al igual que ella luchaban por sus vidas. Así como también, a su lado, permanecían sus hermanos: Valeria, Sofía, Emiliano, y Santana, quienes vivieron cada momento de su batalla.
En particular, Santana, la más pequeña, jugó un papel crucial. Diana recuerda: “La llegada de Santa fue un regalo para nuestra familia. Desde que nació, siempre supimos que tenía un papel importante en la vida de Alana. Las células madre de Santana, que aún están congeladas, son el seguro de vida de Nana. A veces siento que llegó al mundo para ser su guardiana”.
“Volvió la niña, volvió el cabello, volvieron las ganas…ya no me duele el alma”, canta Alana mientras se mueve al ritmo de la música. Sus gestos marcados y movimientos grandes en su performance demuestran la madurez que ha alcanzado gracias a cada uno de los escenarios por los que ha pasado. Se destaca como una de las exponentes de la música andina colombiana, ha participado en certámenes como El Cuyabrito de Oro, Cacique Tundama, Ocobo de Oro, La Voz Kids Colombia, entre otros.
De repente, las luces del escenario se apagan por completo. La emoción es perceptible. Los ojos del público están fijos en el centro del escenario. Un solo foco de luz ilumina a una figura que camina lentamente hacia el podio. En ese momento, la pantalla gigante de “Galardón Brillantes” muestra un mensaje: “Alana Toro Guarnizo ganadora”.
Salva vidas
Su familia emocionada por aquel premio salta y festeja este nuevo logro. Un abrazo sincero recae sobre Pacho, es Lina María Acosta Barreto, la coach vocal de Alana. Se acerca a su alumna, la abraza fuertemente y le recuerda que “tu trabajo constante y dedicación son el resultado para que obtengas estos logros”.
Alana Toro Guarnizo siempre entendió que es una niña especial, diferente, pero que esa diferencia no era por su enfermedad, sino por la magia que transmite su voz y la música que junto a su padre crea.
La velada termina con Alana subida en el brillante escenario. Repite canción, va de nuevo Soy colombiana, mientras abraza el pasado lleno de obstáculos que tejieron su historia, convirtiéndose en un ejemplo de perseverancia e inspiración. Ahora, con más vigor y emoción, levanta su voz para alcanzar cada uno de sus sueños.
“Alana tiene recuerdos nubosos sobre su batalla contra la leucemia, pero para la memoria de sus padres, siempre será una historia que jamás olvidarán.”

