Texto y fotos por Maria Fernanda Arboleda Giraldo
En una pequeña casa del barrio Solferino, un barrio popular de Manizales, Caldas, donde el eco de las máquinas de coser resuena en las paredes gastadas por el tiempo, Morelia se levanta para enfrentar un nuevo día. Desde la ventana, sus ojos se pierden en el horizonte, donde otras casas se alzan como testigos mudos de sus propias luchas y sueños. Entre las puntadas de hilo y los suspiros de nostalgia, su mente vuela hacia el hogar que una vez fue suyo, el refugio que les arrebataron sin piedad, pero que aún recuerda con dolor.
Alba Morelia Giraldo Gonzales es una mujer cuya vida ha sido un constante vaivén entre el dolor y la esperanza. Un viaje que prometía un futuro mejor se tornó en tragedia con la muerte de su amado hermano y el atentado que dejó a su hijo Julián parapléjico. Al poco tiempo de lo sucedido se enfrentó a la pérdida de Jhon Edwin, su hijo menor, en Brasil.
Criada en la pobreza, sufrió la violencia y los celos de su padre en un hogar marcado por el maltrato. A pesar de ello, encontró consuelo en la unión familiar entre siete hermanos. Casada a los 16 años con José Uriel Agudelo en busca de liberación, el matrimonio no fue el escape esperado, sino un nuevo desafío. Sin embargo, sus hijos Luz Adriana, Julián David y Jhon Edwin se convirtieron en su luz en medio de las sombras, llenando su vida de esperanza y amor.
El viaje
Su vida dio un giro inesperado cuando su hermano, Alberto Giraldo, la invitó a buscar fortuna en La Guajira. Fueron tres años en los que trabajaron y soñaron con un futuro mejor para su familia. Los ojos de Morelia brillan al recordar ese tiempo: un respiro de paz en medio de la tormenta.
Pero la tragedia los alcanzó en medio de su paraíso, cuando grupos ilegales de la zona, ansiosos por imponer su dominio, exigieron el pago de vacunas al comercio de Alberto. Según la iniciativa Global contra el Crimen Organizado Transnacional “las organizaciones criminales han ampliado sus mercados y actividades ilícitas. Ya no dependen solo del tráfico de drogas; la extorsión es hoy una de sus actividades”. Alberto se negó al pago de las vacunas y desencadenó una serie de acontecimientos, marcando así el inicio de una pesadilla para los Giraldo.
Seis balas le arrebataron a su hermano en la tienda que ella administraba, lo que dejó un vacío imposible de llenar ya que según Morelia eran “muy unidos, él fue ese apoyo que yo siempre tuve, todo lo que vivimos en la casa siempre fuimos él y yo para todo”.
Entre las páginas sombrías de la historia colombiana, Alberto Giraldo es un alma más entre las 262.197 vidas que la guerra ha segado, según lo consigna el Centro de Memoria Histórica. Su caso, como el de tantos otros, se enreda en los hilos desgarradores del conflicto, marcando una huella imborrable en el tejido de la Nación.
Poco después, la violencia volvió a golpear su puerta cuando su hijo Julián fue blanco de un atentado que lo dejó parapléjico, pues los mismos grupos que asesinaron a su hermano regresaron para tomar venganza contra la familia. La desesperación y el miedo se apoderaron de ella, al sentir que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. El dolor se hizo tangible en cada suspiro, “yo quedé paralizada, en shock, no sabía qué hacer, ni cómo reaccionar, no me salían palabras”.
En Santa Marta, acompañando a su hijo Julián en el tratamiento, Morelia y su esposo escucharon del médico una frase que resonó profundamente: “Tranquila mamá, el daño que iba a hacer esa bala, ya lo hizo”. La situación se volvió más angustiante cuando los médicos advirtieron sobre nuevos peligros, instándolos a evitar visitar a Julián y a moverse constantemente para evitar ser objetivos de los criminales que los habían atacado. Mientras tanto, en La Guajira, la familia sufrió nuevos atentados, obligándolos a salir escoltados para proteger sus vidas. En medio de la incertidumbre y el miedo, enfrentaron otra prueba en su lucha por la recuperación.
El dolor
A pesar del sufrimiento, Morelia y su familia se aferraron a la esperanza, allí encontraron fuerzas, donde parecía no haberlas. Se establecieron en Neiva, decididos a comenzar de nuevo y afrontar los desafíos que la vida les presentaba. Con valentía y determinación, iniciaron un pequeño negocio de venta de comestibles
y otros productos, luchando cada día por un futuro mejor.
El destino les reservaba una última y cruel prueba. Jhon Edwin, el hijo menor, había buscado en Brasil una nueva oportunidad de trabajo que después le traería un sinsabor, pues más tarde presentiría su muerte debido a altercados que había tenido con su patrón. Debido al mal presagio decidió compartir con su hermano Julián el deseo de permanecer en Brasil en caso de que algo le llegará a pasar.
Un día, su indicio se hizo realidad. Dos semanas de angustia y desconcierto pasaron sin conocer su paradero, hasta que la noticia llegó: Jhon fue víctima de un asesinato. Hasta donde la familia pudo investigar, la persona detrás de la muerte de Jhon habría sido su patrón, pues no quería pagarle el dinero que le correspondía legalmente, después de haber trabajado años con él. Sus huellas dactilares, símbolo de su identidad, fueron brutalmente borradas junto con su historia, sumiendo a Morelia en un dolor insoportable. Para ella la pérdida de su hijo fue lo peor que le ha pasado en la vida.
Morelia enfrentó críticas por respetar la última voluntad de su hijo, optando por no repatriar su cuerpo. Esta decisión, aunque controvertida, reflejaba su deseo de honrar la memoria de Jhon y proteger a Julián, cuya atención requería toda su dedicación. Este periodo representó uno de los momentos más desafiantes para Morelia, quienes debieron equilibrar el dolor de la pérdida con las necesidades de sus dos hijos.
La psicóloga Luisa Pérez destaca que es común ver estrés postraumático en sobrevivientes al conflicto colombiano. Este trastorno, explica Pérez, se manifiesta en una serie de síntomas que erosionan la calidad de vida en múltiples dimensiones. El tejido social se resquebraja, las oportunidades laborales se vuelven esquivas, el rendimiento académico se ve afectado y los lazos familiares se vulneran.
La resiliencia
El regreso a Manizales marcó un nuevo comienzo para Morelia, su esposo y su hijo Julián. A pesar de las heridas del pasado, enfrentan obstáculos con fortaleza. La tranquilidad se desvaneció cuando le quitaron injustamente su hogar. Confiaron en la venta de la casa, pero descubrieron que había sido hipotecada sin su conocimiento. La pérdida fue devastadora. Aun así, su hijo menciona: “Yo la admiro mucho, ella me ha dado fortaleza, si no fuera por ella quién sabe yo donde estaría”.
Su vida, marcada por oleadas de violencia y dolor, no se deja determinar por esa angustia. Cada día es una nueva oportunidad para Morelia, que conserva la esperanza de ver a su hijo recuperarse, llevando consigo amor y recuerdos, enfrentando el futuro con fuerza y determinada a seguir adelante.

