Tejiendo plegarias

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Ana María mira hacia arriba con temor de Dios, como si viera una aparición divina y celestial. “Yo soy una enamorada impresionante de la Santísima Virgen” Foto por: Laura María Ocampo.

Fotos y texto Laura María Ocampo

Tejer con fe: un oficio heredado y consagrado

Ana María y Ángela, mujeres de tez blanca y ojos verdes, trabajan únicamente a mano para conservar intactas las prendas. Utilizan los hilos originales de cada ornamento, algunos de ellos elaborados en oro. Cuando el rosario finaliza, el silencio se vuelve ensordecedor, solo interrumpido por el roce del hilo que atraviesa el terciopelo rojo de una casulla.

En su taller —acogedor, iluminado y con un ligero aroma frutal— enhebran las agujas al mismo tiempo. Allí trabajan sagradamente desde hace más de veinte años. Su historia comenzó con un acto de amor: su hermano, el padre Jorge Enrique Londoño, les pidió confeccionar sus prendas para las celebraciones litúrgicas. Sin darse cuenta, ese gesto marcó su consagración para toda la vida, tanto en la fe como en su oficio.

Al fallecer, Jorge Enrique dejó en sus manos el servicio a la iglesia, y desde entonces cada puntada se convirtió en símbolo de convicción. Su forma de tejer con fe mantiene viva la memoria y el legado familiar.

“Ángela me dice: ‘¿Usted cómo hace para hacer eso?’ Y yo le respondo: ‘No sé, alguien debe venir y hacerlo… no me explico, yo creo que es mi ángel de la guarda’”, comenta Ana María entre risas nerviosas, mientras sostiene su camándula.

Tras meses de trabajo, dieron la última puntada. Finalmente, volvió a brillar la casulla de más de un siglo de antigüedad que había llegado a sus manos opaca y desgastada. Se miraron y el silencio se rompió con una carcajada.

Allí, el arte de este oficio —la restauración— cobra sentido. No es un taller más: es un costurero litúrgico, , donde cada hilo es testigo de la historia, la fe y la tradición que las hermanas Londoño siguen tejiendo con fe cada día.

Los hilos de oro, que aún narran la grandeza de las ceremonias sagradas de antaño, re- cobran su brillo tras meses en el proceso de restauración.
Las manos devotas recorren la tela como quien reza, bordando memoria y espiritualidad en cada puntada que rescata lo sagrado del tiempo.
Ángela y Ana María, de 65 y 71 años respectivamente, tejen entre risas, mostrando que su trabajo no es sólo fe, sino unión y gozo en cada puntada.
Ana María y Ángela preservan viva la tradición católica no solo de Manizales, sino de países como España, Estados Unidos, Panamá y Sudáfrica.

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