Por: Silvana Alvarán, Manuela Vera, Tatiana Camelo, Julian Aristizábal y Andrés Velasco.
Juan Pablo Correa no habla de la música como un músico común, ni del tejido como un artesano. Habla de ambas cosas como si fueran la misma materia, como si una puntada y una nota pudieran abrazarse sin que nadie notara dónde empieza una y termina la otra. En su casa, de paredes verdes, el hilo y el sonido cohabitan en un mismo tiempo: ese que sólo entiende quien disfruta crear.
A sus 38 años, recuerda jugaba a formar bandas improvisadas su “abuelita de vida”. Ella llevaba una trompeta; él, un tambor que un día le regaló sin ceremonias. “Yo creo que ahí empezó todo”, dice. Aquella escena, tan cotidiana en su infancia, terminó por decidir buena parte de su vida. Sin embargo, su inspiración para seguir en este camino no solo fue su abuelita. Su tío también fue clave para escribiera su vida en partituras y notas musicales.
La percusión dejó de ser solo un instrumento para convertirse en el latido que marcaba su vida. Desde entonces, han pasado 25 años en los que ha tocado en orquestas, estudiado licenciatura en música y entregado su alma a la educación artística. En cada golpe de tambor y en cada silencio, recuerda a su tío, el hombre que le enseñó que la música no solo se interpreta, sino que se vive.
Pero su mundo no se limitó al sonido: siempre hubo un lugar para el dibujo, la pintura y las manualidades. Durante la pandemia, el pincel y el lienzo se convirtieron en una terapia diaria, una forma de sacar luz en medio de días grises.
La historia de los estuches comenzó en 2012, cuando la economía en su casa atravesaba un momento difícil. Un amigo lo llevó a un almacén frente a la universidad. Allí, frente a una máquina de coser industrial, le dijo: “Esta es la que necesita”. Juan Pablo no sabía coser, pero decidió arriesgarse. Aprendió viendo tutoriales en un café internet, practicando con pedazos de tela y moviendo el pedal con cuidado para que la máquina no se desbocara. Su primer trabajo fue un estuche para saxofón: imperfecto, lento de hacer, pero suficiente para demostrar que podía hacerlo.
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Entre la música, la pintura y la costura, su vida transcurre en un equilibrio particular. Los sonidos inspiran diseños; las texturas de las telas le recuerdan acordes; los colores de sus cuadros le sugieren ritmos. Y aunque la máquina de coser y el tambor parezcan mundos distintos, en sus manos funcionan como parte de la misma historia: la de un hombre que aprendió a proteger instrumentos con la misma dedicación con la que cuida la música que lleva adentro.

