Texto y fotos por Sofía Zuluaga
Clara Elena Arias de Galvis con su mano derecha guía la aguja entre la lana, entra por un lado y sale por el otro, como un juego que repite minuto tras minuto, hace pausas para limpiar sus gafas y continua con lo suyo. Así cada tarde teje diferentes creaciones que para ella son arte. Como todos los días después del mediodía se sienta en un sofá frente a su cama. Tiene 81 años, su color favorito es el azul y así lo demuestra con cada prenda, con el jean, con la blusa y en el buzo de lana. Con sus manos marcadas por algunas arrugas sostiene una aguja y un rollo de lana que la acompañan en su diario vivir. Desborda gentileza y su mirada y sonrisa reflejan amabilidad.
Ella vive en Aranzazu, con la familia de su hija mayor. Aprendió a tejer después de que le hicieron un cateterismo y le instalaron un marcapasos en la pandemia. El tejido la sacó de una cárcel de rutinas que estaban acabando con su paz, su tranquilidad. “Cuando cumplí 77 años yo me sentía muy deprimida por la situación en la que estaba, todos los días eran iguales y no sabía qué hacer porque al enfermarme tuve que dejar muchas cosas, hasta que un día encontré el tejido”, dice doña Elena.
Una de sus hijas le enseñó y así fue como empezó a ocupar su tiempo, lo que le ayudó a superar lo que estaba viviendo. Todas sus hijas sabían tejer porque su difunto esposo era artesano. Él, puntada tras puntada, enseñó un arte a sus hijas que sin saberlo le daría una nueva vida a doña Elena.
Hilar se convirtió en una oportunidad, en una escapatoria a ese encierro físico y mental que tanto la agobiaba, es su terapia psicológica y física. Todas las tardes teje, a veces en compañía de su hija. Lo que más disfruta hacer son mochilas que al instante de terminarlas las regala a su familia. Considera esta práctica como la mejor distracción y forma de tener paz. Ella comenta: “Uno por ahí, quieto y sin hacer nada, no, no. Así mantengo la mente ocupada y tranquila. Y esos días que no puedo tejer, ¡qué días más eternos!”.
Doña Elena toma la aguja y continua con su entrelazar, puntada a puntada teje una mochila en croché. Se ríe todo el tiempo, pasan dos horas, sigue con su alegría y su hija se sienta a imitar lo que ella hace, tejen las dos juntas durante dos horas más, el tejido crea una conexión entre madre e hija y mientras charlan y ríen.
Tejer es arte
El tejido va más allá de una actividad manual, es una forma de expresión, de arte y de conexión. Esta práctica ha pasado de generación en generación desde el año 3000 a. C. Han creado prendas, objetos y han contado historias en sus hilos entrelazados, desde la delicadeza de sus puntos, hasta la combinación de sus colores.
La página web Amavir residencias para mayores, dice que el tejido reduce y previene el estrés y ayuda a aliviar la ansiedad. Con la repetición de los puntos se consigue la denominada respuesta de relajación, un efecto similar a la práctica del yoga. Además, la acción de tejer puede ayudar a aliviar el dolor en las articulaciones y contribuye a ejercitar el cerebro para prevenir afecciones cognitivas, ya que mantiene la actividad neuronal.
El tejido como compañía
En el municipio de Neira, Caldas, vive Blanca Lilia Ortiz Echeverri, con quien comparte su vida hace 55 años, Luis Gonzalo Ríos Hernández. Sufre de taquicardia y piensa mucho en la soledad porque es su mayor compañía desde que sus nueve hijos se fueron de su lado. Tiene 75 años y aprendió a tejer hace 40 en clases en veredas de Aranzazu. Lleva más de media vida tras puntadas y costuras. En este momento considera esta actividad como un refugio para sentirse bien, como esa compañía que tantas veces le falta.
Doña Blanca Lilia es una mujer de 1,60 centímetros, piel canela y nariz puntiaguda. En su cabello castaño oscuro se reflejan algunas canas que se mezclan con sus abundantes crespos. Viste de pantalón verde turquesa, chaqueta blanca de flores rosadas, zapatos negros y de su cuello cuelga una delicada cadena que ella misma se hizo con piedritas blancas y azules. Acomoda una silla en una pequeña habitación de paredes amarillas, cerca de una ventana para que le dé luz. Busca sus gafas, saca lana blanca y una aguja del cajón, prende un pequeño radio para que le haga bulla y empieza a hilar.
Al fondo se escuchan murmullos de pequeños fragmentos de las canciones que suenan
“esa risa tan tuya, tus labios tentadores, que dejaron su encanto prendido en mi ansiedad”
canta mientras sigue con sus puntadas. Llama a una de sus hijas, charla con ella durante unos cinco minutos y en ningún momento para su acto con las agujas, es un arte tan interiorizado que es como si sus manos supieran qué hacer, cómo expresarse y lo hace con tal facilidad que mira por la ventana varias veces sin detenerse.
Mientras teje de forma rápida y ágil, tanto que el movimiento de la aguja entre el hilo se hace casi automático, dice que esto es lo que la hace sentir contenta, entretenida y es lo que la ayuda a sentirse ocupada, a olvidar la soledad y la ansiedad.
Su casa está llena de croché, en todas las mesas y sobre un televisor hay manteles y carpetas, pequeños vestidos para muñecas colgados en paredes, bolsos, manillas; en su cocina también, donde se ven tres porta huevos de lana en diferentes colores, en cada rincón de su casa hay una de sus creaciones y tiene más de 10 carpetas pequeñas que tejió con diferentes estilos y guarda para cuando decida dónde ponerlas. Es un mundo de costuras que reflejan el bello trabajo que hace doña Blanca Lilia con sus manos, pero que también demuestra horas de trabajo utilizadas para escapar de su soledad, de su soledad… de su soledad.
Cada mañana despierta afanada para hacer el aseo de su casa y dejar todo listo y así, en la tarde, empezar con la actividad que la llena de felicidad. Todos los días teje cuatro o cinco horas, y también hace manualidades como peinadores pequeños para guardar accesorios. “Si no fuera porque yo me entretengo aquí tejiendo, se me volvería el día muy largo, triste y aburridor. Gracias a Dios que sé tejer”, agrega doña Blanca Ortiz.
¿Qué sigue de la vida después de jubilarse?, muchos se preguntan. En Colombia hay, según el Dane, 6.808.641 personas adultas mayores. Muchos de ellos encuentran en el tejido un refugio que los puede ayudar a evitar alguna enfermedad mental, ya que, como lo señala Minsalud, el 66,3% de los colombianos declaran haber enfrentado algún problema de este tipo.
María Angélica Montoya Arango, psicóloga, dice que el tejido disminuye los niveles de cortisol en el cerebro, lo que provoca el estrés y de ahí la ansiedad. Igualmente, ayuda a enfocar la atención y generar sensaciones de felicidad y euforia.
Montoya agrega: “Los posibles efectos positivos del tejido en la autoestima y la sensación de logro de los individuos mayores es que logran sentirse útiles y tener pasión por algo, pueden fortalecer las destrezas motoras, logran tener un poco más de autonomía, libertad y satisfacción al finalizar lo que empiezan”.
Herramienta de expresión
Para doña Elena y doña Blanca Lilia, el tejido es una forma positiva de fomentar la creatividad y la autoexpresión, ya que los adultos mayores plasman allí lo que quieren sin pensar que esté bien o mal, solo hacerlos y expresar su creatividad de forma libre y auténtica. Es compañía y terapia en la vejez.
Knit For Peace, una ONG británica, estudió la vida de mil tejedores y comprobaron que el 92% de ellos presentaban mejor estado de ánimo, mientras que el 82% afirmaba que esta técnica de confección les ayudaba a relajarse.
En Aranzazu hay 2349 adultos mayores, entre ellos está Teresa Alzate. Ella todos los días seguirá llegando a la casa de Ester Gómez a tejer y conversar. “Chao, mija. Mañana nos vemos que tengo que ir a terminar ese otro mantel que me ha dado una guerra”, dice la señora antes de despedirse con un abrazo y un beso a la mujer que le enseñó a tejer.

