Salamina: un pueblo que envejece

Unidiario
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Lo primero que se construye en un pueblo es su iglesia. Es un corazón que bombea sangre a venas y arterias, llenando de vida y bullicio las calles de cualquier cuerpo municipal. En la Basílica Menor de la Inmaculada Concepción de Salamina un recién nacido tendrá su bautismo. Y luego, su primera comunión; un adolescente, su confirmación; un adulto, su matrimonio, y —tal vez— un anciano, su funeral.

422 kilómetros cuadrados tiene el municipio y, como diría parte de sus 19.733 habitantes. (según estadísticas del Senado de la República), “todos los caminos llevan a Roma”.

Cada calle del pueblo, que pronto cumplirá 200 años, conduce a su iglesia, inaugurada en 1874 entre mitos y leyendas de brujas. Plantada en medio de un atrio plano a su izquierda y llena de escaleras a su derecha. Lo que dificulta para algunos, como los discapacitados, su llegada a la hora santa. Este monumento blanco, con coloridos vitrales y con un reloj enorme en su fachada de tres pisos. Fue construido por iniciativa del sacerdote Francisco Antonio Isaza.

La Basílica Menor de la Inmaculada Concepción revela la estructura clásica de estos pueblos con rastros de la arquitectura colonial. Además, es la única iglesia en el departamento de Caldas que, desde su elaboración, no se sostiene a través de columnas en su interior. Este hecho hace evidente las nulas variaciones que ha tenido el esqueleto del pueblo desde sus orígenes. Esta capilla es el corazón de Salamina, lo ha visto todo. Todo menos a Julio César Echeverri, quien, por disputas con sacerdotes y monjes, decidió alejarse de la religión.

Con 86 años y sin problemas en sus rodillas, Julio César prefiere rodear la iglesia y usar el parque para caminar hasta el San Fernando. La Cigarra o La Bastilla. Cafeterías tradicionales del pueblo. Entre saludos y miradas de reconocimientos, elige una mesa cualquiera para sentarse. No hace falta que Julio sea específico.

“El señor ya sabe cómo me gusta”, dice sobre el mesero. En cuestión de minutos, Julio se bebe el contenido oscuro y sin nada de azúcar de un pocillo tintero.

Admira el pueblo, a su orgullosa gente y admite que no ha cambiado en casi nada desde su infancia. En la que él y sus seis hermanos pasaban sus tardes en el Parque de Bolívar jugando al balero, al fútbol —que en los años 40 y 50 se trataba de “volear pata”— y a las canicas.  Dice que los salamineños no son creídos, sino orgullosos, pero no entiende por qué se quejan tanto. “Hace 30 años ningún adulto mayor alegaba porque no había ascensores o rampas. Ellos subían las escaleras y caminaban común y corriente”. Actualmente, su lugar y actividad favorita es estar en el Parque de Bolívar leyendo. Ama este lugar tal cual ha sido siempre. Por eso prefiere que el pueblo no tenga cambios estructurales y siga siendo un monumento de Colombia y del Paisaje Cultural Cafetero.

A diferencia de Julio César en su infancia, Santiago González Peláez, de 10 años, solo siente la necesidad de revolcarse en tierra y pasto cuando va a la vereda donde creció su padre o cada domingo cuando va al parque del Templo El Carmen.

Se siente feliz cuando puede llevar consigo a su abuela, Sara Londoño. Una mujer de 76 años y quien sufrió un derrame cerebral hace 14 años. Aun así, con su corta experiencia y empujando constantemente la silla de ruedas de su abuela, Santiago afirma que en Salamina no hay buenas calles, andenes o lugares para los discapacitados. Incluso, con la rampa improvisada que fue construida para Sara. La silla de ruedas pisa los pies de toda su familia. Debido a la estrechez y las dificultades para remodelar la vivienda hecha con bahareque y tejas de barro. La técnica más común de construcción en este municipio.

Alexandra Isabel, hija de Sara Londoño y madre de Santiago, asegura que la movilidad para adultos mayores y discapacitados es compleja en Salamina, debido a que se priorizan los carros y no a los peatones. Además, comenta que hay muchas calles por las que no puede transitar con su madre por rampas demasiado paradas o estrechas, falta de andenes amplios, rotos en casi todas sus calles, como el parque principal que estuvo dañado por bastantes años, y poca ayuda de otras personas que transitan por estas zonas. Situaciones que la llevan a preguntarse si Salamina podrá adaptarse a las necesidades de sus habitantes sin perder su esencia.

Maniatados

Héctor Rodrigo González Botero, ingeniero de 61 años y salamineño de pura cepa, cree que debería dejar de existir tanta restricción para mejorar y ampliar arquitectónicamente a Salamina, pues ya se le nota la edad. “Entre el Ministerio de Cultura, la Administración y el comején van a acabar este pueblo”.

Dicho pueblo no ha crecido en cuanto al trazado urbano, es decir, las calles, las carreras y el centro histórico, según Juan Carlos Arias Gómez, secretario de Planeación de Salamina. Agrega que han desarrollado nueva infraestructura que favorece la movilidad reducida de los adultos mayores con andenes y rampas, aunque no se ha podido llegar a los ascensores, pero asegura que es complicado debido a las restricciones del pueblo por ser parte del Paisaje Cultural Cafetero.

Por su lado, Héctor Obando Berrío, tecnólogo en restauración de obras de valor patrimonial, asegura que Salamina es un sí, y a su vez un no, en cuanto a la comodidad de sus adultos mayores. “Podríamos decir que sí, porque estamos trabajando en tener calles amplias, gracias los permisos concedidos por la PEMP (Instituto Distrital de Patrimonio Cultural). Pero podría decir que no, porque en algunas casas se necesitan ascensores o rampas eléctricas para los ascensos y descensos, cosa que no hay”. Además, opina que las calles no son muy amigables con los ancianos debido a su estrechés y rotos en el cemento.

Salamina, también conocida como “Ciudad luz”, ganó este nombre gracias a sus fiestas culturales como La Noche del Pregón y La Noche del Fuego, convirtiendo al pueblo en un destino turístico, sobre todo en las épocas decembrinas.

Los sube y baja de sus faldas dejan a más de uno con la lengua afuera mientras saludan a extranjeros, vecinos y amigos recostados en sus coloridos balcones antioqueños bañados de materos con flores llamadas besitos, de tonos rojos, naranjas, violetas y rosa pálido.

Salamina es un pueblo conservador, lleno de historia, mitos, leyendas, arquitectura y adultos mayores. En una proyección al 2022 realizada por representantes a la Cámara, con base en cifras del DANE, se concluyó que el 23,3% de la población tiene 60 años o más, mientras que la población de entre 12 y 28 años es del 18,8%. Aunque en este pueblo de casi 200 años la mayoría de sus habitantes son ancianos, ellos son quienes, en algún momento, la tendrán más difícil para subir por las mismas calles por las que han caminado toda su vida.

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