“Las superficies exteriores de una construcción, una calzada, o que simplemente obstaculizan el espacio público; este aspecto en general y en el nivel peatonal, presenta una dificultad para la comprensión espacial y visual equilibrada del espacio urbano”. Eso dice Gabriel Rivera, ingeniero ambiental y sanitario de la Universidad de La Salle acerca de, en ocasiones, la hiperestimulación sensorial en las ciudades.
Distintas perspectivas
Anuncios, grafitis, señales, cables que intervienen en la naturaleza del espacio donde estemos situados hacen difícil escoger el camino. Estos elementos sobrecargan de información el cerebro y hace difícil traer de nuevo la concentración a una sola cosa.
Cada persona puede tener una visión diferente de lo que significa contaminación visual, hay apreciaciones distintas de la ciudad. El problema radica en las consecuencias estéticas: “Nos vemos repletos de publicidad en cada esquina, dañando nuestro paisaje natural que es usurpado por papeles. Un ejemplo claro de esto son los tiempos de elecciones, en donde vemos un afiche, uno sobre otro y ocasionan que se pierda la magia de las ciudades y su esencia”, dice el diseñador gráfico Juan David García.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) el 40% de quienes habitan un departamento u oficina con paisajes desagradables tiende a deprimirse. Este dato se puede extrapolar a lo que pasa en los paisajes de la ciudad, que se trans- forma desde lo visual y que se normaliza hasta olvidar lo que antes se llamaba
como bello.
Esto evidencia cómo la intervención del paisaje afecta no solo lo visual, sino también la salud emocional de los habitantes urbanos.

