La deuda que no perdona

Página
Por
11 Min de lectura

Texto e ilustración por Leidy Tatiana Ceballos

Las manos tiemblan, no por frío ni por hambre, sino por la presión diaria que cae gota a gota con cada pago. En México, esa escena ocurre a diario: un préstamo sin papeles, sin huellas, pero con una cadena invisible que aprieta. Es el mismo país que importa de Colombia aceite de palma, repuestos y carbón —US$1.880 millones en exportaciones al año—, y que también adoptó un producto mucho más brutal: el sistema de préstamos “gota a gota”.

Esta práctica, que en Colombia se sofisticó en los años 90 con la expansión de las mafias del narcotráfico, ahora florece en avenidas, mercados y callejones mexicanos.

La jornada inicia hacia las nueve de la mañana y termina al caer la tarde. Parten en motocicletas, casi siempre en pareja, con un atuendo ya reconocido: tenis blancos, jean ajustado, camiseta y un bolso cruzado, de esos que llaman “canguro” o riñonera. Allí guardan las tarjetas de control; en el celular, una aplicación organiza todo: verde para quien paga puntual, naranja para el que se retrasa, rojo para el que ya cayó en mora. Ese día la ruta incluía hasta cien clientes, desde tortillerías hasta puestos de memelas —tortillas de maíz grandes y delgadas— y tamales.

El calor del mediodía empapa de sudor a clientes y cobradores. Ellos bajan de la moto con el casco a medio quitar, coronando la cabeza como un yugo más. No es solo dinero: es el símbolo del miedo. Esa gota de sudor que brota del trabajo —vendiendo tortillas o cualquier cosa— se evapora bajo tasas de usura que oscilan entre el 20 % y el 40 % mensual. Algunos solo pueden entregar 50 pesos (unos 10 mil colombianos); otros, ni eso.

No, joven, no sea malito —dice una vendedora que no logró vender nada—. De veras, hoy no traigo ni un peso.
¿Y entonces qué, mija? Yo le presto pa’ que camelle, ¿y quién me responde a mí?
Se lo juro, el lunes le pago. Hoy estuvo floja la venta.

Algunos cobradores se ablandan ante el clásico “mañana le pago completo”; otros explotan en insultos, empujones y hasta golpes. Si no hay dinero, se llevan la mercancía. Al final, siempre se paga.

Corrientes ocultas 

Como en un cuento de Kafka, “la burocracia hiere, aunque no tenga rostro”. En México, la amenaza también se institucionaliza. Oswaldo Salas, de 19 años, conoce la doble presión: la deuda que debe cobrar y la policía que les quita dinero. La corrupción no aparece en los periódicos, pero se respira, y es la que permite que este negocio prospere bajo una impunidad silenciosa.

Daniel Hernández, reportero policiaco del periódico Milenio Puebla, confirma que el problema es antiguo y estructural. “Los ubiqué hace como diez años. Al principio nadie los veía mal. Pero cuando la gente no pagaba, se volvían más violentos. Algunos fueron alineados por el cartel Los Zetas. Ahora la policía los detiene, les siembra drogas o les quita el dinero, pero en los boletines de prensa no dicen ‘detuvimos a un policía corrupto’, dicen ‘detuvimos a un colombiano identificado como gota a gota’”, relata.

La escena se parece a un tablero de ajedrez: cobrador, víctima y policía corrupto son piezas que se mueven según reglas ocultas. Nadie es inocente y nadie puede salirse del juego. Testigo omnisciente de esta partida es aquel bolso, que no solo guarda billetes, sino también tensiones contenidas, amenazas veladas, pagos forzados y la necesidad de sobrevivir en un sistema donde la ley rara vez protege.

Los préstamos se renuevan apenas se salda uno: un verde que se torna rojo, otro cliente que se hunde un poco más. Es un círculo vicioso que David Graeber describe en Debt: The First 5,000 Years: “el perdón del pasado queda atado a obligaciones futuras, y las personas se vuelven intercambiables en la lógica del deber.”

La tormenta que nació en Colombia 

Está modalidad con raíces que podrían rastrearse hasta los primeros ejemplos de usura denunciados desde el Antiguo Testamento —préstamos con intereses desproporcionados, opresión sobre el deudor, sanciones sociales y morales por deber—, el gota a gota tomó forma concreta en Colombia a finales de los años noventa. El término, que es de acá, empezó a popularizarse en Medellín alrededor de ese tiempo como un método de crédito ilegal, usado no solo para prestar a personas vulnerables, sino también como mecanismo de lavado de dinero vinculado al narcotráfico.  

Lo que antes pudo haber sido simplemente una usura “de pasillo” —gente prestando con interés alto, amenazas si no se paga, abusos— con el tiempo se sofisticó: se armó con redes criminales organizadas, se mezcló con crimen urbano, extorsión, lavado de activos; adoptó cobros diarios (“paga diario”), cobradores motorizados, apliaciones para extorsionar, presencia internacional.  

Hoy el gota –a gota fluye por mercados, barrios populares, comisarias invisibles, en calles de Medellín, Cali, Bogotá, pero también cruza fronteras hasta México, Perú, Brasil, Chile, e incluso países más alejados. Un monstruo que nació con huellas de prácticas antiguas de explotación financiera, pero que ahora tiene medios modernos, violencia estructural y alcance transnacional.

Un informe de la Universidad Central de Bogotá revela que mueve diariamente 2.800 millones de pesos, cerca de un millón de dólares. La ANIF calcula que los intereses alcanzan el 380 % efectivo anual en personas y hasta el 666 % en empresas; más de veinte veces la tasa legal de usura. 

La exclusión financiera es el caldo de cultivo que empuja a vendedores informales y pequeños empresarios a depender de esta deuda silenciosa. Según el DANE, en 2023 apenas el 11,6 % de los micronegocios se creó con un préstamo formal; el resto recurrió a créditos informales. En Bogotá, el IPES reveló que el 90 % de los vendedores informales recurrió a esta modalidad durante 2024. 

Río de intereses 

Del otro lado de la frontera, el fenómeno también tiene cifras: entre octubre de 2024 y julio de 2025, la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana de Morelos reportó la detención de 24 colombianos vinculados al sistema de préstamos ilegales gota a gota. 

Al caer la tarde, entre cuatro y cinco motos se reúnen en la casa del patrón de la red. La escena parece un casino clandestino: billetes como cartas, monedas como fichas, tarjetas como apuestas. Cada depósito, cada renovación de préstamo se revisa con rigor; si hay un descuadre, nadie se mueve hasta cuadrar la jugada. Entre ellos, una mujer con un bebé en brazos se gana la vida cobrando con destreza: embolsa entre 15 mil y 20 mil pesos diarios, el equivalente a 3 o 4 millones de pesos colombianos, según Julián Agudelo, líder de la red. 

Manizales: sombra que crece 

Los préstamos informales se han extendido como sombra silenciosa entre calles y barrios de Manizales. En 2021, la Fiscalía General de la Nación embargó 39 bienes de una organización de gota a gota, valorados en más de 7.000 millones de pesos. Muchos ubicados en la capital caldense y Aránzazu, testigos mudos de un negocio que no deja de latir. 

Los barrios más golpeados, según la Policía Metropolitana, son Malabar, Bosque y Centro, donde las amenazas y los cobros violentos se mezclan con el ruido cotidiano. La comunidad de La Enea ha sido testigo de episodios que se ocultan entre calles: denuncias que no se registran, testimonios invisibles. Así mismo, en otro extremo de la ciudad en julio un prestamista agredió a una mujer en Chipre y no quedó rastro oficial. Lorena Ospina, dueña de un puesto de merengón, resume la sensación general:

“Nadie quiere hablar del tema, les da miedo y vergüenza decir que piden plata prestada”. 

Aunque existen alternativas formales, como la línea de crédito Manizales Empresarial con $6.000 millones para micro y pequeñas empresas, muchos emprendedores optan por el sistema informal: más rápido, más accesible y, para quienes no tienen historial crediticio, la única salida posible. 

Jaque mortal 

Si la deuda fuera agua, no solo arrastraría bolsillos: también vidas. Un reportaje de El País de Cali y Connectas documentó que, en América Latina, más de 200 deudores murieron, 45 cobradores fueron asesinados y decenas se suicidaron bajo la presión de las deudas. La violencia diaria, las amenazas y la corrupción policial crean un entorno en el que pagar a tiempo es la única estrategia de supervivencia. 

 La noche cae sobre Manizales y la neblina baja como si quisiera esconder las deudas que circulan de casa en casa. En las lomas empinadas, los postes iluminan a medias las calles húmedas, y el eco de una moto subiendo por el barrio Chipre o bajando hacia el barrio San José anuncia que el cobro no se aplaza, ni siquiera cuando la ciudad duerme. 

En los barrios, detrás de las paredes delgadas, una familia revisa las monedas sobre la mesa, mientras afuera la brisa fría golpea las ventanas. El sonido de un celular corta el silencio de la madrugada: un mensaje que no pregunta cómo estás, sino cuándo pagas. Nadie lo dice en voz alta, pero todos saben que la deuda se ha vuelto parte de la rutina, como el café en la mañana o la neblina que cubre los techos al anochecer.

Lee más contenidos como este aquí.

Compartir este artículo