Johan:un cuerpo moldeado por historias

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Además de competir, Johan estudia actualmente Entrenamiento Deportivo y Fitness en el gimnasio Work Fitness, ubicado en el barrio El Bosque de Manizales; una formación que eligió para complementar su carrera como fisicoculturista.

Texto y fotos: Sara Nathaly Fajardo

Johan Fernando Salazar Solís, bronceado y aceitado, está a punto de pisar la tarima.
Pese a los retorcijones, no lo mueve el hambre del cuerpo, sino la del triunfo.

Viste un bañador de apenas ocho centímetros. De él se sostiene, con un alfiler, una escarapela marcada con el número 55.
El frío lo distrae, pero su mente encuentra calor en El lago de los cisnes de Piotr Ilich Chaikovski.
Esa melodía, que escucha en sus audífonos negros, lo transporta a las tardes de ballet. Allí calmaba la ansiedad entre giros y el salto ligero del sauté en primera posición.

Desde hace nueve meses, madruga a las 4:30 a.m.
Su desayuno es meticuloso: un huevo, dos tajadas de pan integral y, a veces, algo de tomar.
Cada día está controlado en su cuadro de Excel, donde registra cada caloría.

Esa obsesión con el detalle no es nueva.
Del ballet aprendió que la responsabilidad no se negocia y que el cuerpo puede llevarse al extremo para lograr una figura afinada.

El sacrificio detrás de un cuerpo tonificado

El fisicoculturismo le exige tanto como la danza.
En el ballet, la delgadez y la ligereza eran la meta.
Ahora, en su club deportivo, la hipertrofia y la simetría son la norma.

Ambos mundos comparten sacrificios: dietas estrictas y largas horas de ensayo.
Todo con el objetivo de conseguir un cuerpo moldeado hasta el límite.

La literatura científica muestra que bailarines y atletas de alto rendimiento enfrentan riesgos de desórdenes alimenticios y lesiones crónicas.
Johan lo sabe:

“Los primeros dos días son horribles, porque es mucha cantidad de agua. Te sientes cansado, con pesadez, con sueño… incluso llegué a llorar.”

El gimnasio se ha convertido en su nueva pasión.
Allí mueve su cuerpo como en una coreografía: series cronometradas, repeticiones precisas, respiración medida.

“En total son ocho poses reglamentarias. Dentro de ellas hay dos importantes: la pose de fantasía y el vacío abdominal”, explica.

La gracia que conserva de sus años de ballet marca la diferencia frente a otros competidores.
No solo muestra músculo: muestra fluidez.

Un estudio con universitarios de fitness halló que “todas las modalidades presentan un índice lesivo mayor o igual al 50 % de sus participantes, con predominancia en la articulación del hombro” (Arcelus et al., 2014).

Joven que se encuentra sin camiseta, con los brazos extendidos hacia la cámara. Su expresión es intensa y concentrada, mientras el encuadre resalta especialmente su rostro y su cuerpo.
Johan pasa por tres fases en cada competencia. Primero, la rutina individual, donde cada atleta presenta las ocho poses reglamentarias. Luego, las comparativas, momento en el que el jurado analiza la simetría, proporción, densidad y definición muscular frente a otros competidores. Finalmente, la evaluación global, en la que los jueces determinan la puntuación final y el puesto de cada participante.

Un cuerpo que va más allá

Su vida no se resume en entrenar.
Antes exploró la psicología, la ebanistería y las artes escénicas.
Parecen facetas distintas, pero hoy se cruzan en su forma de ser atleta.

De la psicología aprendió a observarse y a controlar su mente bajo presión.
La ebanistería, la paciencia para pulir detalles hasta que todo encaje.
De las artes escénicas, la gracia para transformar su cuerpo en cada presentación.

“El salto parte de los dos pies y aterriza también en dos pies”, dice, refiriéndose a un término clásico del ballet que simboliza equilibrio y constancia.

Su entrenador, Mauricio Ocampo Correa, lo describe con admiración:

“La humildad de Johan se nota a simple vista. Es una persona muy noble.”

Esa sencillez acompaña su disciplina.
Se refleja en la importancia que da a la estética, las transiciones cuidadosas y la comunicación corporal más allá de la fuerza.

“Es un joven demasiado enfocado en el arte. Eso lo llevó a crear un cuerpo escultural”, añade Ocampo.

El arte de la constancia

Los demás también lo ven distinto.
Su compañero universitario, Jimmy Daniel Sánchez Arteaga, recuerda la primera vez que lo vio practicar:

“Lo recuerdo como si fuera ayer. Varias personas nos sentimos halagadas por el cuerpo que tenía. Al conversar, no sabía si ingresar a un gimnasio y nosotros lo animamos.”

Su novia, María Camila Cabrera Portillo, comparte su pasión:

“Lo que me sorprende no son los músculos, sino la comprensión con la que me escucha todos los días. Tenemos la misma meta: ganar el carné profesional. Aspiro a que nuestra relación se vuelva más sólida.”

A sus 23 años, Johan ha aprendido a integrar todas sus experiencias.
No las abandonó, solo las transformó en piezas que hoy encajan en su vida de atleta.

Cuando por fin sube a la tarima, ya no gira sobre puntas, pero sí bajo los reflectores.
El jurado lo observa con la misma exigencia que antes lo evaluaba su maestro de danza: equilibrio, proporción, armonía.
Cada contracción parece un paso ensayado; cada transición, una coreografía invisible.

En esta foto, aparece su cuerpo suspendido en el aire, vistiendo pantalones blancos y con el torso descubierto. Sus brazos se extienden en forma de cruz y su mirada se eleva hacia el cielo azul, transmitiendo una sensación de libertad y poder.
Foto: Sara Fajardo

Su cuerpo no lo define: marca su actitud

Su cuerpo brilla bajo las luces y el número 55 se ve pequeño frente a la imponencia de su físico.
Johan no deja que lo defina.
Lo definen sus horas de disciplina, las tablas que alguna vez bailó, los detalles que aprendió a pulir en la madera y la mirada atenta de su entrenador.

El público lo aplaude.
Para muchos es solo otro competidor, pero sus logros son el resultado de años de búsquedas.
Caminos que parecían desconectados y que hoy confluyen en el mismo lugar.

Horas después, con el sudor resbalando por su cuerpo y la medalla colgando de su cuello, Johan sale del escenario.
Afuera, las conversaciones se diluyen.
Aunque ya no tiene audífonos, aún suena en su mente El lago de los cisnes.
Sonríe. Ese bañador de la categoría Classic Physique ahora es parte de su historia.
El hambre de escenario, al menos por hoy, ha sido saciada.

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