Texto y fotos por: Valeria Pineda
En las entrañas de este pintoresco pueblo del norte de Caldas se escuchan suaves quebradas recorren el casco urbano del municipio. El agua es la pura esencia de este valle inclinado que al unísono el líquido cristalino de Manantiales, La Olleta, Chucha, Peñitas y Cantarrana bañan las piedras, musgos y cimientos de las tradicionales casas de bahareque.

La colonización antioqueña llegó a este territorio entre 1815 y 1832. Y por el punto estratégico entre dos pueblos patrimonio y la riqueza fluvial, se fundó Pácora. Para la construcción de sus edificaciones fue necesario formar una fortaleza. Que canalizara las aguas, por ello unos túneles de bóveda y ladrillo macizo unidos cual rompecabezas con el arenoso calicanto, resguardaron estas aguas y las escondieron como si fuese el tesoro más preciado de un pirata. Bajo las calles que anteriormente eran de piedra y las casas en las que hoy viven las matracas, como vulgarmente son conocidos los pacoreños.
Bajo estos fuertes únicos en el urbanismo colombiano, según concluye el arquitecto Juan Manuel Sarmiento Nova, se encontraban los peces danzando con la corriente del agua que acariciaba los pisos empedrados. Sin embargo, la contaminación de las aguas provocó que desaparecieran y que el olor opaque el lugar.
Hace ocho años el apasionado guía e historiador Rafael Betancur Gómez tomó la decisión de generar conciencia en los habitantes. Ya que dice él cerca del 90% de la población desconoce lo que yace bajo sus pies. Es por ello, que el museo Los sonidos de la matraca y la quebrada se impone sobre la carreta cuarta con calle cuarta. Para enseñar la historia y exhibir, tras una puerta de hierro, la entrada al túnel principal de la quebrada Manantiales.
Para este recorrido hay que ponerse botas y empuñar un bastón para caminar sobre las resbaladizas piedras. Que paso a paso guían el camino bajo los arcos de medio punto, una estructura clásica de los romanos. Al adentrarse, la oscuridad de la caverna se asienta. Pero unos destellos de luces de colores rebotan sobre las paredes de ladrillo y piedra que indican el camino a la salida. Donde frondosas matas apacibles le dan la bienvenida al final del recorrido. Para así emprender el camino de regreso hasta el museo que recibe al turista con el traqueteo incesante de la matraca.




