Texto y fotos por Valeria Pineda Ocampo
Se abre el candado y al cruzar la imponente puerta se impregna un olor a madera. En las paredes y techos de bahareque se ve el relieve del cagajón. Y por cada paso que se da el piso cruje, pero está más estable que nunca. Por los ventanales entra una suave brisa gracias al guadual del frente, y un rayo de luz llena de vida la casona de dos pisos, nueve habitaciones y un extenso solar.
Esta casa tiene alrededor de 100 años y está en la carrera tercera #5-40 del barrio Restrepo en Filadelfia, Caldas. La casona solo la ha habitado la familia Ocampo Franco. Fue un regalo de bodas para Francisco Ocampo Restrepo y Hermelina Franco Arbeláez de la tía Claudina Restrepo.
Allí, se plantaron los cimientos de un hogar, nacieron dos hijos Miryam y Antonio Ocampo. El hijo mientras crecía tomó la vocería de aprovechar cada centímetro cuadrado de la casa. Por ello, abajo tenía las mulas, la cereza del café y el secadero. Una pequeña fábrica artesanal para honrar su tradición cafetera.
Pasaron los años y Antonio se casó con Nubia López tuvo cinco hijos que vivían entre esta casona y una a dos cuadras que conocen como “la de arriba”, pero “la de abajo” tenía algo especial: un patio de juegos y a la vez el escenario de las mejores enseñanzas. Entre ellas afrontar que Antonio y sus abuelos ya no estaban más en el mundo terrenal. Y por ello, con berraquera Nubia y Miryam criaron a los niños como si fuesen hermanas de toda la vida.
Crecían los niños y la casa acumulaba recuerdos. Cada madero, pared, puerta y ventana guardaban una historia. Como los postes que se lucían en el recibidor, quienes fueron las primeras parejas de baile de las muchachas y ahora son vigas que mantienen la casa en pie. El tanque, donde estaban los cerezos del café, ahora es una pequeña huerta. El cuarto principal donde ahora hay un peinador y una cama, yace el último recuerdo físico de Antonio, pues allí fue velado antes de enterrarlo.
Los niños crecieron se fueron a la ciudad y luego de jubiladas Nubia y Miryam también. La casa quedó sola por años, hasta que en 2016 volvieron dos hijos a rescatarla.
En 2019 Miryam volvió a visitar la casa en la que pasó las duras y las maduras. Su infancia, adolescencia y adultez en la que terminó siendo una madre y pilar de la familia. Al entrar sus ojos se encharcaron, tapaba su rostro quizá por pena, pero es como si hubiese viajado en el tiempo. Hoy, a sus 90 años, cada que visita la casa pasa lo mismo y dice sonriente que “es el lugar donde surgió una familia con estabilidad, amor, compromiso y unidad”.

