El Parnaso: más que una cantina, un recinto de historias

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Texto y fotos por Juan Camilo Montes Muñoz

Cuando la sed apremia al final de un largo día de trabajo de construcción, Héctor sabe exactamente dónde calmarla. El Parnaso es su refugio habitual después de una larga jornada laboral. Héctor, conocido como “Lato”, se siente como en casa en cuanto cruza la puerta y se acomoda en las mesas de la entrada. Donde siempre encuentra un espacio reservado para él y su balde con herramientas.

Al pasar por la transitada carrera 23 de Manizales, justo frente al Cable Aéreo, se ve un lugar en medio del bullicio de comerciantes, transeúntes y vehículos. Marcado por un letrero dorado sobre fondo negro. Junto a una puerta de color café que tiene un mural pintado a mano que representa la Catedral de Manizales y la carrera 23, se advierte el acceso. El sonido de la calle se entremezcla con la música que escapa por la puerta, atrayendo a quienes pasan e invitándolos a dejarse tentar. En la entrada siempre está Jorge Iván Salazar. Que suele vestir de polo y pantalón para estar presentable en su labor como cuidador de este lugar. 

Con su cabello plateado y su rostro curtido por el sol, Lato, es una figura familiar en el lugar. Aunque su jornada termina alrededor de las 5:00 p.m., el trabajo pesado lo deja agotado y busca alivio en este espacio que considera su segundo hogar. No es solo la sed lo que lo lleva ahí, sino la necesidad de descansar. De sumergirse en el ambiente de las baladas románticas y las historias compartidas con sus amigos. Para Héctor, El Parnaso es mucho más que una cantina, es su lugar de escape de la rutina. Se suele sentar en las mesas que están cerca de la puerta para poder disfrutar de la brisa que llega desde la calle. Le gusta ver cómo transcurre la vida afuera mientras se toma su cerveza favorita. “Una Póker y un vasito con hielo para que baje mejor: ahí no hay mejor cosa para el calor”. 

Las entrañas de El Parnaso 

Este lugar se ha convertido en un testigo silencioso de su propia evolución y de la de aquellos que lo frecuentan. Su barra principal, similar a la cubierta de un barco con tonos y formas de madera. Crea una atmósfera que transporta a quien disfruta de una copa de licor a tiempos pasados. La licorera, elegantemente adornada con estanterías donde reposan los frascos etílicos como pequeños tesoros. Espera que la descubran quienes están dispuestos a pagar por su sabor. 

El interior de la cantina se encuentra decorado con cuadros de barcos y del mar. Sus paredes destacan por la presencia de columnas del estilo griego, que reflejan la influencia de la arquitectura antigua en el diseño del establecimiento. Estas columnas, talladas a mano, muestran la simplicidad y la solidez del estilo dórico. Un detalle poco conocido es que el nombre tiene raíces en un antiguo mito griego: el Parnaso era un monte donde habitaban las musas, patria simbólica de los poetas.

 El Parnaso descansa en la mañana y cobra vida en las tardes, desde las 2:00 p.m. hasta la 1:00 a.m. Los fines de semana la jornada se extiende hasta las 3:00 a.m. En su interior, alberga un suave olor a barniz, que emana desde el piso. Este aroma, combinado con las luces tenues, las mesas adornadas con manteles fucsia y sillas azules de madera que envejecieron con gracia, conforman un refugio donde se conserva un pedazo de la historia manizaleña. 

Entrar en el establecimiento es sumergirse en una experiencia sonora única. Desde el momento en que se cruza la puerta, comienza el disfrute de éxitos de los 60 y 70. Temas como Cama y Mesa de Roberto Carlos, La Cinta Rosa de Lucio Battisti y Costumbres de Rocío Dúrcal son los más solicitados por los clientes, según cuenta “Pecas”, como es apodado Gildardo Noreña, quien ejerce como Dj y tendero en la cantina. 

Durante los años 60 y 70, cuando los jóvenes buscaban buena música y un ambiente agradable, acudían a este sitio no solo para tomar algo de licor y refrescar sus tardes, sino también para animar algún momento especial. Sin embargo, esta no siempre fue su función. Según los registros históricos del blog Historias de Manizales, el sitio era una cafetería que abastecía a los jóvenes universitarios con caspiroleta, kumis, cuca y pandeyuca.

Guardián de anécdotas 

En la cantina, se ve a menudo a José Ignacio Rivera, un taxista que aún recuerda la primera vez que visitó el lugar y narra una experiencia que él describe como algo muy particular: “Cuando llegué con unos amigos, la música sonaba muy duro, pero no a todo taco, así que uno poco a poco se iba amañando y era como que el lugar lo abrazaba a uno para que se quedara por más tiempo”. Hoy en día, José menciona que el sitio sigue con esa misma esencia que lo cautivó desde aquel momento. 

Entre sus crujientes paredes de madera color chocolate, hay historias como la de “Lato”, a quien una vez se le rompieron los pantalones en el momento en que se agachó a recoger unas monedas y fue la burla de sus amigos. La de José Ignacio, que se quedó dormido toda una tarde en una silla en la entrada y le robaron la cartera… y muchas más que fueron acompañadas con copas de licor. 

Hernando Serna, quien toma las decisiones clave como administrador, a diferencia de algunos en el gremio, se caracteriza por no consumir licor: una rareza que lo distingue. Dice que siempre debe estar al 100% para atender a los clientes, además evita que abusen de su confianza en caso de estar en estado de ebriedad. 

El Parnaso, un lugar que puede pasar desapercibido para el que no lo conoce, se ubica en el trayecto de la Carrera 23 al frente del cable aéreo, aunque es una parte fundamental en la historia de la Carrera 23 

El anochecer en la cantina 

A las 6:00 de la tarde, El Parnaso experimenta un cambio en su atmósfera, el ambiente se torna denso el ambiente. La música resuena fuerte en las paredes, los televisores se encienden y comienzan a proyectarse videos musicales de las canciones. Las luces LED y los globos de neón se encienden y crean un ambiente de euforia. Es en este momento en que Pecas y las meseras toman el control, para manejar el ritmo del Parnaso y satisfacer a sus clientes. 

El olor del barniz del día se ve opacado por una mezcla de anís y sudor de personas que bailan y toman. Esta fragancia se combina con los perfumes de hombres y mujeres que se mueven al ritmo de la música. Conforme avanza la noche, la temperatura aumenta y da una sensación de calor que se suma a la energía que recorre el ambiente. Aunque no es habitual presenciar peleas en este establecimiento, es frecuente ver a clientes en estado de embriaguez y, ocasionalmente, involucrarse en altercados que rara vez escalan a situaciones más graves. 

Cerca de las 3:00 de la mañana, el bullicio en El Parnaso cesa y los últimos clientes se van del lugar. Pecas apaga la música y todo se torna oscuridad. Hernando recoge las mesas junto a Jorge Iván, quien de reojo vigila que nadie intente entrar de nuevo. Y así, envuelto en la calma de la madrugada, El Parnaso vuelve a descansar.

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