Texto por: Mariana Zapata
Antes de que un zapato de tango toque la pista de baile, hay un protocolo. No hay apuro, solo precisión en costuras, la unión de cortes que definen movimiento y detalles que firman carácter. Estas piezas no son solo objetos, son arte en movimiento hecho a mano por personas que entienden que el tango no inicia con la primera nota de la música, sino en el eco de las herramientas de la fábrica.
Todo comienza con la elección de los materiales. Carnaza, gamuza, charol o cuero. Por estaciones de trabajo, los zapatos de hombre y mujer van tomando forma, diseñados estrictamente para bailar, para contemplar la elegancia del abrazo y el deslizamiento con decadencia del bandoneón.
Cada proceso es meticuloso. Es preciso el corte que origina la silueta, luego por piezas se ensamblan con trazos técnicos y toque artístico. El tacón, la plantilla y la suela: cada uno reforzado con clavos, pegamento y habilidad de los protagonistas que construyen danza desde la raíz.
Después llega el color. La pintura se mezcla con exactitud para lograr el tono preciso que cada tacón necesita. Los colores son detalles importantes que enmarcan carácter y personalidad en el zapato. El rojo es pasión, amor y sensualidad. Cualidades alineadas al tango. El negro es oscuridad, elegancia y sofisticación, en la danza representa intensidad de miradas, la firmeza del abrazo y el dramatismo de las expresiones plasmadas en cada paso.
Cuando cada elemento está alineado y correctamente colocado, los zapatos aguardan, aún no han experimentado el roce con la pista de baile, aún no han atendido al compás de un tango, pero ya son tango. Están preparados para cumplir su propósito. A la espera para sentir, vibrar y brillar al ritmo de las melodías del piano, el bandoneón, y los violines. Hechos con paciencia, minuciosidad y entrega están listos para transmitir historias paso a paso.

