Se oye cantar que hay un lugar muy hermoso que la gente quiere y que venera, sí, ese es Manzanares, Caldas, un municipio joven que es la puerta de entrada a todo el oriente del departamento. Fundada hace 161 años. Custodiada por montañas, a 1871 metros sobre el nivel del mar y a orillas del río Santo Domingo, cuyo nacimiento se da en el cerro Guadalupe. Es católica, aunque no está libre de pecado. Su dualidad de espíritu está en los 23.112 habitantes, 9.928 en el casco urbano y 13.183 en la zona rural.
Su campo es fértil y productivo, con gente trabajadora en los 194 kilómetros cuadrados de superficie, distribuidos en una zona centro y tres corregimientos conformados por 52 veredas. Por sus caminos transita la generosidad. Quizás, de ahí venga lo de “ciudad cordial”. Una muestra de ello es Karina Restrepo que, a sus 72 años, sale a su portón a las 9:00 am en búsqueda de compañía alrededor de una taza de chocolate. Está ahí para olvidar las dolencias que la tienen sobre una silla de ruedas. Y no solamente lo hace por ella, sino también por su mascota, Gato, que necesita salir y relacionarse con su amigo canino.
Es tierra de costumbres, unas olvidadas y otras vigentes como los primeros tragos de la mañana (así se le dice al tinto en aguapanela) en el corredor, la ventana o la puerta. El desayuno de campeones o como lo dice Miguel Ángel Castrillón, la fuente de la berraquera, esa que se encuentra en un “calentao” de frijoles, plátano, cidra, arroz, arepa y chocolate; mismo alimento, pero en proporciones más generosas, consumen sus cuatro mascotas.
Es el origen de un licor de inigualable color amarillo. Ese que comercializaban en barriles a lomo de mula. El que bebían los arrieros en las extenuantes y largas travesías. Misma fórmula que compró en 1885 la Industria Licorera de Caldas. El que prohibieron en Cundinamarca y copiaron en Antioquia. El que toma Luz Dary Giraldo después de hacer el mercado un sábado, ya que a su marido Germán Ríos no le gusta salir de la finca, pues lleva seis meses sin ir al pueblo. Sí, es el aguardiente Amarillo de Manzanares, ese que según Luz Dary la hace olvidar el trajín y las penas cada fin de semana.
También es el lugar de propuestas vacías por parte de sus dirigentes. De posibles que se transforman en imposibles. Hay pruebas. Luis Dilmar Galeano y su familia viven en el pasado. Pasan la noche a la luz de una vela. Tienen como baño un pozo séptico, porque con el que fueron beneficiados ya no funciona por la torpe distribución de la tubería y la mala calidad de las piezas. Cocinan en un fogón de leña improvisado. El humo directo ya perjudicó la vista y los pulmones de su esposa Miriam Ospina.
Dilmar atesora 75 años. Usa botas de caucho, pantalón de drill que ya no es azul, saco gris que esconde una camisa de cuadros verdes y lleva gorra en vez de sombrero. Es analfabeta, sin embargo, tiene una visión clara de la sociedad. Dice: “Toda la vida he trabajado la tierra. También he cometido errores. Esta es la vida que me tocó, ojalá sea más digna para mí y los míos. Por eso, le insisto a mi nieto que debemos ser hombres apasionados por la paz. Que debe aprender a leer y a escribir, porque si él lo hace, su pensamiento e imaginación volarán. Creo que de esta manera puede tener otro estilo de vida”.
La ruralidad también es escenario de educación. Saben que asistir a la escuela es un privilegio. Esto lo tiene claro Salomé Giraldo de seis años, quien pregunta qué día es hoy. Es sábado por la mañana. Ante la primicia contesta: “Ay no, todavía falta un día y medio para que sea lunes. Ya quiero ir a la escuela”, habla de la Institución Educativa Romeral. Con la misma ilusión están los que madrugan con sus mamás o los que salen a la ruta a esperar el transporte escolar.
La moto es el medio de transporte que, por tiempo y comodidad, usan hoy los campesinos de estas tierras. Las escaleras y los jeeps ahora viajan con las remesas y uno que otro pasajero. Por eso, los más jóvenes usan el tiempo libre de las tardes para practicar. Primero lo hacen solas. Después se ponen a prueba con una parrillera. Pero a Ammy Nicolle Enciso no le basta solo con la pequeña María José Ríos. El dominio sobre la moto de Ammy es tan bueno que Karen Sofía Gallego se suma como segunda motorista.
La ayuda desinteresada por el otro deja en alto la humanidad que hay en el campo manzanareño. Estefany Jaramillo y su papá Esteban tienen una misión: encontrar una planta que alivie el dolor de oído que padece su mamá. Empero, detuvieron la búsqueda para ayudar a un hombre que tenía problemas mecánicos con su moto. Para volver rápido con su mamá, Sara le acerca las herramientas a su padre. Después de 40 minutos la moto queda reparada y, antes de volver al camino, John Jairo Toro, como gesto de agradecimiento, le recomienda el sauce para su esposa y le indica dónde encontrarlo.
A pesar de los desafíos y dificultades, su campesinado es gentil. Viven con poco. La mayoría de las veces con lo necesario, pero independiente de su situación son caritativos. Comparten un desayuno, un almuerzo o una limonada. No escatiman en gastos, por eso, despiden a sus visitantes con medio costal de revuelto. Cordialmente a los que habitan estas montañas y los que se han ido, son mi lindo Manzanares que está muy cerca del cielo.

