Texto y fotos por Leidy Ceballos Gómez
Son las seis de la mañana y los primeros rayos del sol acarician el rostro de Karen Campuzano Henao, una joven campesina que, a sus 21 decidió volver a sus raíces y trabajar junto a su padre en el cultivo de café que tienen en la vereda Farallones, vía Patio Bonito, en Manizales. Cada cereza que cae en el coco recolector parece simbolizar los segundos que pasó en la ciudad, un lugar que, según sus propias palabras, la tenía “presa”.
Durante tres meses intentó alcanzar sus sueños en la urbe, pero la vida en la ciudad no le brindó la felicidad que buscaba. Cada taza de café que bebía en la zona urbana le sabía amargo y le recordaba que su destino no era ser consumidora, sino productora, conectada con la tierra y sus orígenes.
El caso de Karen es una excepción esperanzadora en medio de una preocupante realidad que enfrenta Colombia. Según el Departamento Nacional de Estadística (DANE), la mayoría de los campesinos colombianos tienen entre 41 y 64 años; algunos departamentos la edad promedio supera los 57. Estas cifras alertan sobre una inminente crisis: en una década, el país podría verse afectado por la falta de personas dispuestas a sembrar alimentos.
Asimismo, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) estima que más de 760 millones de personas migraron, dentro de sus países, de zonas rurales a zonas urbanas.
Una de las estrategias para mitigar esta problemática son los programas y apoyos de instituciones como la Federación Nacional de Comité de Cafeteros (FNC). Karen Campuzano es una de las beneficiarias de estas iniciativas que han marcado una diferencia significativa en su vida y la de su familia. “No teníamos ni casa ni beneficiadero de café, solo algunos cafetos. Pero en 2019, el FNC nos ofreció un apoyo de $8 millones. Nos ayudaron a formular el proyecto y me capacitaron para llevar la contabilidad de la finca”, confiesa. Con objetivos claros a corto plazo, sabían que, si el proyecto no prosperaba, tendrían que devolver el dinero. Este año cumplieron las metas y recibieron el paz y salvo que asegura que el dinero ya es de ellos.
El proyecto anterior ha sido un referente en Caldas. Por ello, la Gobernación decidió implementar nuevas iniciativas para el período 2024-2027, entre los cuales se destaca el Programa de Apoyo a las Comunidades Campesinas Caldenses, que tiene como objetivo fortalecer la agricultura familiar y comunitaria mediante el impulso de propuestas centradas en la seguridad alimentaria, la agroecología y la extensión de servicios de apoyo. Se pretende fomentar la organización de la Agricultura Campesina, Familiar y Comunitaria (ACFC), con 4.700 productores agropecuarios.
A pesar de estos esfuerzos institucionales, la realidad para muchos jóvenes rurales sigue siendo desalentadora. Un estudio revela que de los 12 millones de personas entre 14 y 18 años, cerca del 22% son rurales. La mayoría no encuentra en el campo las oportunidades necesarias para su desarrollo.
Francisco Javier Parrado, licenciado en Administración Ambiental de la Tecnológica de Pereira, con maestría en Manejo de Cuencas Hidrográficas en Costa Rica, ha trabajado en monitoreo y evaluación de proyectos, especialmente con comunidades indígenas y campesinas en Centroamérica. Estas comunidades enfrentan un reto al tratar de retener a sus jóvenes, quienes muchas veces migran a las ciudades en busca de mejores oportunidades, pero se encuentran con pobreza y delincuencia. Esto lleva a que, en muchos casos, decidan regresar a sus comunidades de origen.
Santiago Agudelo y Juliana Guerrero Cerón, ambos egresados de la modalidad agropecuaria del Colegio La Cabaña en Manizales, son ejemplos de una tendencia creciente entre los jóvenes de la región. Aunque Santiago creció en el campo y reconoce que le debe mucho, nunca sintió afinidad por la vida rural. “Perdí el interés porque toda la vida viví allá. Mi papá siempre quiso que hiciera algo relacionado con el campo, pero nunca me llamó la atención”, afirma el ahora mecánico de aviones desde Medellín. Juliana, por su parte, comparte una perspectiva similar. Actualmente, está a mitad de la carrera de Artes Escénicas en la Universidad de Caldas y comenta: “Mis padres no querían la misma realidad para mí, porque trabajar en el campo es muy duro. La imagen del campo es negativa, como si fuera el peor escenario posible, y si salías de él, triunfabas”.
Según Oscar Gutiérrez de la Dignidad Agropecuaria en Caldas reafirma que la migración de estos jóvenes del campo a la ciudad está motivada por la percepción de una vida mejor en las áreas urbanas, impulsada por los medios y la influencia de familiares.
“Creen que en la ciudad hay más oportunidades de empleo, beneficios y entretenimiento. En contraste, la falta de jóvenes en el campo ha reducido la productividad agrícola. La edad promedio en sectores como el café es de 53 años. Aunque algunos de ellos trabajan en la recolección de cosechas debido a los salarios más altos, no es suficiente para mantenerlos en las áreas rurales”, menciona.
Él explica que la apertura económica y los tratados de libre comercio han reducido el PIB agrícola del 20% en los años 80 a solo un 8-10% en la actualidad. Esto ha provocado la destrucción de la producción agropecuaria nacional. Según Gutiérrez, para revertir esta tendencia sería necesario invertir en el desarrollo de la agroindustria, mejorar la infraestructura, crédito y tecnología agrícola. Sin embargo, los jóvenes solo verían oportunidades reales si se garantizaran mercados para sus productos, algo que actualmente está controlado por políticas extranjeras y organismos internacionales, lo que limita el desarrollo del sector agropecuario en el país.
Sin embargo, la situación no mejora en ninguna arista. En el primer trimestre de 2023, el 54,4% de la población campesina ocupada trabajaba por cuenta propia, mientras que sólo un 24,7% lo hacía como empleada en empresas privadas. Esto se traduce en salarios deficientes para las labores que se realizan en la ruralidad, como lo afirma el DANE.
Ofir Alirio de Jesús Londoño, de 66 años, y Luis Antonio Yepes, de 61, llevan toda su vida en el campo y coinciden en que la decisión de los jóvenes de quedarse o no en el campo está influenciada por su nivel académico y la percepción de las oportunidades en la ciudad. Luis Antonio, por ejemplo, considera que “trabajar en el campo no vale la pena, aunque uno tenga la comida y el techo. El pago es muy poco y los jóvenes tienen más probabilidades en la ciudad”.
El papel de la tecnología
Para enfrentar estos desafíos, las soluciones propuestas desde las instituciones apuntan a modernizar la agricultura y hacerla más atractiva para las nuevas generaciones. Marino Murillo Franco, secretario de Agricultura de Caldas, subraya que la clave está en la tecnología: “Con tecnología, la agricultura puede ser más eficiente y menos ardua”.
Aunque existen herramientas avanzadas, como drones que realizan tareas agrícolas con precisión, Murillo lamenta que el campo colombiano aún esté rezagado en la adopción de estas innovaciones. En enero, el Gobierno nacional, a través del Ministerio de Agricultura, anunció una inversión de 9,1 billones de pesos para el desarrollo del agro en Colombia. Se crearán 15 centros regionales de innovación y agroindustrialización del café, con una inversión de entre $10.000 y $15.000 millones cada uno, con el fin de integrar a mujeres y jóvenes rurales en el proceso productivo.
A pesar de estos proyectos, sigue siendo evidente la falta de apoyo concreto para los jóvenes rurales que quieren quedarse en el campo. El Banco Agrario ofrece préstamos para impulsar sus proyectos productivos, pero, como menciona Murillo, “para que un banco le preste a uno plata, hay que demostrarles que no la necesita” ya que dentro de los requisitos está tener entre 18 y 28 años, haber terminado materias o ser egresado de alguna carrera técnica o tecnológica agropecuaria o de ingeniarías o cualquier otra carrera técnica en la que el estudiante demuestre que va a aplicar sus conocimientos en un proyecto agropecuario o agroindustrial.
Mientras las instituciones promueven la innovación para revitalizar el campo, Karen contempla su finca, iluminada por el sol de la tarde. En un momento de reflexión, dice:

