Texto por: Leidy Tatiana Ceballos
¡Hombreee, mucho gusto! Yo soy la naranja, y si hablamos de años, ¡les llevo ventaja a todos! Vengo de hace 20 millones de años, desde allá en el sudeste asiático. Rodé por el mundo, para echar raíz en tierras de buen sol, hasta llegar a estas montañas de Caldas, donde me he vuelto bien cafetera y jugosa. Pero eso sí, no siempre fui tan dulcita ni tan llenita de zumo. No, señor, esa vuelta se la debo a las manos de campesinos que, con injertos y mucho cuidado, me han hecho a pulso.
Pa’ que tengan claro, los cítricos somos los que mandamos en el mercado global. En 168 países ya nos tienen como la fruta de confianza, y solo en 2020, ¡llegamos a 143 millones de toneladas al año! Según un boletín de la Gobernación de Caldas del 2023, en la última década nos hemos disparado un 29% en producción. Y, la tierra dedicada a sembrarnos creció un 13%.
El jugo mundial se concentra en manos de seis grandes potencias cítricas. China lidera con 44 millones de toneladas, seguida de Brasil, India, México, Estados Unidos y España. Juntas producen la mitad de los cítricos del mundo. Y yo, la naranja de Caldas, aunque no compito en volumen ni en apariencia perfecta, tengo mi lugar. Mi fortaleza está en el sabor, ideal para los mercados que buscan jugos auténticos. Como en el Caribe, donde saben apreciar una naranja que, aunque no es la más vistosa, es inigualable en dulzura y jugosidad.
La reina de la tierra
Aquí en Caldas tenemos la tierra ideal, bien nutrida y tratada, para que la cosecha sea jugosa y abundante. Todo empieza desde la raíz: “El suelo tiene que estar bien estructurado y alimentado,” me cuenta mi amiga agrónoma Aylin Zamora Berrío. Tiene que drenar bien, pa’ que una no se enferme de las raíces —como cuando ustedes se cuidan con vitaminas y ejercicio, ¡así mismito! Para dar lo mejor de mí, necesito una alimentación completa: nitrógeno, fósforo y potasio. Y para que todo esto funcione, el suelo de Caldas es perfecto: tiene que ser suelto y fértil, con buena capacidad para que el agua no se quede estancada. Como cuando ustedes se hidratan bien, pero no se exceden, ¿me entienden? Y, por supuesto, ¡necesito el colorcito del sol! Unas 8 horitas diarias a 25 grados centígrados, ahí al punto, para crecer.
Aunque mi vida suene idílica, también tengo desafíos. Y es que no todo es tan fácil cuando tengo que enfrentar a mis archienemigos: la mosca de la fruta y el ácaro tostador, que no dejan de intentar marchitarme. Y ni hablar de la Diaphorina citri, con su temido Huanglongbing, el “sida de los cítricos”. Es una enfermedad dura, pero aquí en Caldas me cuidan de maravilla, con caldo sulfocálcico, un biopreparado a base de azufre para controlar ácaros. Además, hacen controles biológicos para mantenerme fuerte, saludable y radiante.
Y aunque tenga mis pequeñas batallas, no es de extrañar que Caldas sea el segundo mayor productor de cítricos del país, solo superado por Santander. Con 8500 hectáreas que generan empleo constante, aquí sostienen a miles de familias. Y lo mejor es que en el mundo de los cítricos mi calidad no pasa desapercibida. La escala Brix, que mide el porcentaje de azúcar o sacarosa disuelta en un líquido, marca mi dulzura con un 10 sobre 20. Mi acidez y color son inconfundibles.
De todas las variedades, yo soy la reina Salustiana. Pero, claro, no estoy sola en el trono. Tengo competencia: la Valencia, que se hace la fuerte y ácida; la Sweety, que, aunque dicen que es dulce, no tiene mucha personalidad por lo que no la exportan; y la Tangelo, que también tiene su encanto.
La naranja que conquista el mundo desde Caldas
Aquí somos como una gran familia, todo el mundo se conoce y todo funciona al “pelo”, como si fuera un relojito. Claro, hay otras regiones que tienen más hectáreas, pero cuando de calidad se trata, no hay quien nos gane. Aquí nos organizamos bien y esa es la clave: el trabajo en conjunto y la agremiación para la exportación. Yo, por ejemplo, salgo derechito hacia el Caribe, sí, pa’ esas islas tan bonitas de Centroamérica, y a los Estados Unidos. Cada cosecha es un trabajo duro, porque en marzo, abril, septiembre y octubre, todos se ponen las pilas en la finca, y me sacan por montones para llenar esos barcos que van pa’l norte.
Desde las fincas de Anserma, Manizales y Chinchiná, cada año salen toneladas de cítricos, y con ellas, el sudor de familias que llevan generaciones que cuidan la tierra. En fincas como Santillana y Rocallosa, donde mi amigo Germán Andrés Ceballos lleva ya doce años trabajando entre surcos y árboles, me dice que estar en una empresa que exporta es como tener un seguro para la vida. “Esos 300 pesitos de diferencia entre vender la fruta aquí o mandarla pa’ los gringos, ¡hace toda la diferencia!” Y no, él no es el único que lo piensa. Todos en la finca saben que, gracias a la exportación, hay trabajo para rato.
De Caldas a los Estados Unidos: “¡I’m ready for you, gringos!”
En Estados Unidos ya me tienen en la mira. Y no es por presumir, pero con mi cuerpo gordito y con el toque justo de acidez de 3.63 en una escala de 14 donde 7 es el punto neutro, ¡cómo no se van a antojar los gringos! Como me cuenta mi amigo Camilo Gaviria Gutiérrez, gerente de Packing Parnaso SAS, en Anserma, “la mayor exportación se va para Estados Unidos y el Caribe.” Claro, él me dice que llegar a Europa es un poco más complicado, porque allá tienen sus naranjas de Marruecos, más baratas y con una mejor apariencia.
Y como toda fruta estrella, paso por un proceso de primera antes de embarcarme. Desde que me cosechan, me envuelven en tarros forrados con yumbolón, una espuma aislante de polietileno que me protege para que no sufra ningún daño. Luego, llego al Packing Parnaso, la primera planta empacadora y exportadora del corredor logístico de Caldas, donde me seleccionan, me lavan y me enceran para asegurarme una apariencia impecable y una mayor duración. ¡Incluso me toman fotos como toda una celebridad!
Cuando ya estoy lista, me ponen mi etiqueta con el nombre de la finca y me mandan pa’ los contenedores refrigerados, donde me mantienen a una temperatura fresquita, entre uno y cuatro grados centígrados, para que llegue bien a mi destino. Porque, seamos sinceros, una naranja como yo no va a andar viajando en clase turista, ¡para nada! Yo me voy en VIP, toda preparada para impresionar allá en el extranjero. Y así, llego al puerto, lista para subirme a ese contenedor refrigerado que, según el mercado y la temporada, puede costar entre 18 mil a 30 mil dólares. Me cuenta Andrés Londoño, el presidente de CitriCaldas, que desde el departamento se exportan más o menos 1200 toneladas de cítricos al mes, entre naranjas como yo y unos tantos de esos agrios limones; unos 600 contenedores anuales.
Entre logísticas y predios exportadores
Yo soy una dama de piel brillante que recorre las montañas de Caldas hasta los puertos de Cartagena, lista para subirme al contenedor y cruzar el charco. Pero ojo, no es tan fácil como parece. No solo basta con ser deliciosa para salir del país, también hay que cumplir con los estrictos estándares de calidad y tener todos los papeles al día. Y aquí es donde entra el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), que se asegura de que todo esté en orden. Como cuando ustedes necesitan un pasaporte para viajar, yo también debo tener mi “predio exportador” y mi Plan de Trabajo Operativo (PTO) aprobado.
Ahora bien, el trayecto de la finca al puerto, aunque parece sencillo, se ha vuelto cada vez más costoso. En 2022, enviar un camión desde el Kilómetro 41 hasta Cartagena costaba unos 4 millones 500 mil pesos. ¡Y hoy, esa cifra ha subido a 9 millones! Como si fuera poco, el puerto, que antes parecía suficiente, ahora está cada vez más congestionado, lo que genera más retrasos y pone a los productores en serios apuros.
Y mientras tanto, las limitaciones de calidad se van dejando ver más y más. No todos los terrenos están en su mejor momento y hay muchos que no alcanzan a cumplir con lo que se necesita pa’ exportar. Por ejemplo, uno de los más importantes es tener la finca registrada en el ICA.
A todo esto, se le suma el contexto político, que no está ayudando en absoluto. Invertir en el campo se ha vuelto más riesgoso, tanto en términos físicos como jurídicos. Y aunque el ICA juega un papel fundamental, no cuenta con los recursos suficientes para hacer su trabajo de manera eficiente en todas las regiones, como lo explica Camilo Gutiérrez. Todo esto convierte el proceso de exportación en un desafío constante para los productores y, en mi caso, para asegurarme de que siga siendo la reina de la dulzura, tanto en Colombia como en el extranjero.
Pero, a pesar de estos obstáculos, detrás de mi viaje internacional hay un esfuerzo tremendo en logística, permisos y controles, que no detienen la pasión ni el orgullo de quienes me cuidan. Soy Salustiana, la reina de Caldas, la naranja que hasta chapurrea espanglish cuando toca. Así que la próxima vez que tengan en sus manos una de mis hermanas, sepan que llevan un pedazo de esta tierra. En cada gajo, en cada gota de jugo, hay un tributo a la dedicación de quienes trabajamos en el campo.

