Texto y foto por: Juan David García Cifuentes
Cuando se escucha virus de inmunodeficiencia humana (VIH), de inmediato se asocia con el más reconocido síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA), el cual es la parte más avanzada de la infección por VIH, y, siendo más extremistas, en muchas ocasiones se vincula con la muerte. Lo desconocido y la falta de información asusta, pero a su vez causa un poco de intriga. Es el morbo hablando implícitamente de un tema que es más habitual de lo que se cree y con el cual cualquiera puede toparse día a día en la calle, el trabajo, el lugar de estudio, las discotecas y, muchas veces, en los entornos cercanos de cualquier persona, sin que se dé cuenta.
Según el reporte más reciente de la Cuenta de Alto Costo (CAC), en Colombia hay aproximadamente 134.636 personas viviendo con VIH, de las cuales, el 77,41% son hombres con un rango de edad de los 25 a los 34 años. Para el 2021, se diagnosticaron 9210 pacientes con la enfermedad, lo que significa una disminución del 26,48% respecto al año anterior. Además, el método de transmisión más común es el sexual.

Para Miguel Ángel Bayona Pérez, de Bogotá, todo inició en el 2012 con un brote en el codo derecho que rápidamente se expandió por su brazo, hasta la muñeca y luego a otras zonas del cuerpo. Para ese entonces, él, con 18 años, cabello negro y ojos oscuros como la noche había tenido sus primeros encuentros sexuales sin hacer uso del preservativo y algo dentro de él intuía lo que se avecinaba a pesar de que se repetía constantemente a sí mismo: “Eso qué me va a pasar a mí”.
Pasó casi un año y la duda que rondaba su cabeza hizo que se realizara la prueba en un centro de salud cerca de su lugar de estudio. Y como quien ha contado esta historia varias veces, Bayona narra que al llegar al lugar le hicieron una prueba Elisa un pinchazo en el dedo índice y mientras los minutos pasaban, la sangre empezaba a acomodarse poco a poco en la marca que daba positivo para el diagnóstico. Lloró de manera desconsolada y lo primero que pensó fue que no iba a poder tener hijos. Luego, pensó en cómo su madre le advertía, el día que se iba a ver con un chico por primera vez: “Hijo, lo único que espero es que se cuide”.
“Todo empezó con un brote que me salió en el codo y se fue extendiendo por el brazo, hasta llegar a mi muñeca” cuenta Miguel Ángel Bayona Pérez.
Miguel, tras seis meses de tratamiento había logrado que el virus fuese totalmente indetectable. Sin embargo, pese a esto, dice con voz firme: “Yo no puedo ser irresponsable con alguien más y no puedo exponer a otras personas a esto”. En ese momento, su familia no tenía conocimiento de la situación actual de salud, hasta que un día su madre, quien tenía conocimientos sobre enfermería, encontró los medicamentos. Un silencio se apoderó de ellos por un instante, para luego escuchar como la mujer que le había dado la vida, entre lágrimas, le decía: “Yo no quiero ver que usted se muera”.
Laura Stefania Valencia Ramírez es psicóloga y trabaja hace más de nueve años tratando pacientes con VIH y afirma que “la familia debe ser la primera aliada del paciente, porque el estigma social se genera principalmente por él, quien se rechaza y se limita. Es por esto que esa red de apoyo es fundamental para la evolución clínica y psicológica y así mismo para generar educación ciudadana”.

Durante: una cosa es la teoría y la otra es la práctica
Cuando Carlos Dante tenía 26 años fue diagnosticado con VIH, a pesar de provenir de una familia de médicos y estar bien informado del tema, tuvo “muchísimo miedo” y estuvo dos meses con depresión. Este hombre de ojos almendrados y brazos tatua- dos, luego de visitas al médico y encuentros con especialistas, entendió que su nuevo estado era algo normal y podía tener un estilo de vida como el de cualquier persona.
Actualmente, con 39 años, Carlos, en su jerga española, dice que los médicos en Europa “son una pasada”, pues son muy conscientes de cómo tratar a los pacientes y cuál es el paso a seguir, pues saben la importancia que tiene iniciar rápido el tra- tamiento. Con respecto a esto, Vladimir Matta Caicedo, médico en la IPS Virrey Solís de Manizales, dice que las instituciones de salud cuentan con programas de atención integral en los que participan médicos, nutricionistas, psicólogos, enfermeros, trabajadores sociales, químicos farmacéuticos e infectólogos, para que el paciente “sea valorado dentro de todas las áreas, con unas citas periódicas y dependiendo sus necesidades frente a cada uno de los especialistas”.
Después: soy mujer heterosexual
María Pía Contín vive en Capital Federal, Argentina. Su historia comienza con negación, sorpresa y un poco de rechazo, pues al ser mujer, nunca creyó que eso le podría pasar. Fue diagnosticada el 14 de febrero de 2017 a la edad de 48 años. Lleva seis
Tener VIH no te impide tener un amor. Hay muchas parejas serodiscordantes, en donde uno de los dos está infectado y tienen sus vidas con total normalidad.
años teniendo una cita diaria, a eso de las 9:00 p.m., con sus dos amigas: las pastillas antirretrovirales, que pueden ser de diferentes colores y han ayudado a mejorar su calidad de vida.
A los 45 días logró el estado indetectable, el cual explica Marcela Castaño Naranjo, enfermera operativa y asistencia del programa Vivir Plus, Manizales es cuando el paciente está clínicamente estable y ha hecho un control del virus por medio de los medicamentos antirretrovirales y no tiene capacidad de trasmitirlo a otras personas. Esto quiere decir que tenía menos de 20 copias del virus en el cuerpo y los linfocitos CD4, que se encargan del sistema inmunológico, se encontraba de manera estable.
Llegar a estado indetectable que también es igual a intrasmisible, depende varios factores: cuándo inician el tratamiento, qué medicamento les formulan, cuál es la adherencia en el cuerpo. Generalmente, un paciente puede llegar a este estado después de 10 meses de tratamiento, pero todos los casos son diferentes, porque todos los organismos funcionan distintas maneras.
Ahora Pía, al ser consciente de tener VIH, la cambió para bien, afirma que “a partir del diagnóstico me hice responsable de mi vida”, se convirtió en una persona más empática. A sus, ahora, 54 años, no carga culpas por lo que le pasó, aunque sí se siente responsable de no haberse cuidado lo suficiente con el que fue su pareja en ese momento. Sin embargo, eso es algo que no le quita el sueño, al contrario, le ayudó a que se vinculara a un proyecto que trata temas de VIH y que busca eliminar los estigmas sociales.