Texto y fotos por: Nathaly López
“Doña Irene ayúdenme a darle una mejor calidad de vida a mi hija, ya que yo por ahora no puedo. No quiero verla sufrir; me iré a buscar recursos. Cuídela, ámela”. Fue un viernes 20 de agosto del 2004, a las siete de la mañana, cuando Sandra dejó a su hija de cuatro años con Irene Gutiérrez de López y José Normal López Osorio, sus abuelos paternos. Mis abuelos.
“Desde ese momento nuestras vidas dieron un giro de 180 grados. A los 50 años, y después de criar y sacar adelante a nuestros dos hijos, la historia se volvió a repetir. Nos tocó contratar a alguien que cuidara a la niña y meterla a un jardín”, aseguró Gutiérrez, quien recuerda que la pequeña llegó con una maleta roja de 23 kilos y con el cuento de que solo se quedaría unos días. Desde eso han pasado 14 años.
De acuerdo con el estudio Perfil de los niños, niñas y adolescentes sin cuidado parental en Colombia, una tercera parte de los niños, niñas y adolescentes conviven solo con uno de sus padres, y más de un millón no viven permanentemente con ninguno de los dos, así estén los dos padres vivos. Menores de edad que están al cuidado de familiares o allegados.
Por su parte, Luis Eduardo Céspedes, director regional del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) en Caldas, revela que 60 mil niños, niñas y adolescentes se encuentran hoy bajo la protección de la entidad y con un proceso administrativo en curso para restablecer sus derechos. De ese total, 1100 fueron abandonados y, en consecuencia, el 69% fueron declarados en adoptabilidad y apenas un 3,5% se reintegró a su núcleo familiar.

A esa niña de 4 años se le dificulta entender las razones por las que su madre solo la llamaba una vez al día y quienes la cuidaban y le daban todo eran sus abuelos. Con el tiempo aprendió a convivir con eso, a seguir las reglas estrictas de ese nuevo hogar: madrugar, tender la cama, ayudar con los quehaceres de la casa e ir a misa de siete de la mañana los domingos, si quería comer por fuera. También, poco a poco, entendió las diferencias conotros niños cuyo círculo familiar estaba conformado por padre y madre.
Viviana García Cardona, psicóloga, señala que los niños adoptados tienen casi el doble de probabilidades de sufrir algún trastorno del estado de ánimo (ansiedad o depresión) y problemas de comportamiento: ser desafiantes, sufrir de déficit de atención e hiperactividad, si se compara con los niños criados por sus padres biológicos.
María Isabel Hincapié Osorio tiene 10 años y su abuela la cría desde los 5. Su madre vive en Chile, su padre tiene una nueva familia. En la suya, hay cariño y compasión, mientras que en la mía, amor y exigencia. “Mi abuela no es muy exigente, casi siempre me consiente y no me deja sola para hacer las tareas; cocina lo que me gusta y me hace ayudarla con los quehaceres de la casa, como lavar mis platos y mi ropa interior”.
Ser rebelde
Para nadie es un secreto que la adolescencia es una etapa complicada y mi historia no es la excepción. Cuando era una niña hacía caso por respeto, pero con el pasar del tiempo la rebeldía se hacía más presente. “Recuerdo que un sábado le dije a Nathaly que me ayudara a sacudir el mueble de la casa mientras yo organizaba el almuerzo, voy y la busco para ver cómo va y estaba pegada del celular”. Así empezó el problema, asegura mi abuela. Yo no recuerdo bien lo que le dije puntualmente, pero sí sé que era algo relacionado con “usted no me manda, usted no es mi mamá y devuélvame el celular”. Nunca fui consciente del daño de mis palabras, aunque no era mi madre, sin duda, era mucho más que eso.
Según la psicóloga García esto es debido a un trastorno de la conducta negativista desafiante, que es un patrón frecuente y persistente de ira, irritabilidad, discusión, desobediencia o resentimiento hacia los padres y otras figuras de autoridad, que por lo general va muy arraigado en la adolescencia y más si este viene con un proceso de abandono. El tratamiento implica aprender habilidades para ayudar a construir interacciones familiares positivas y a controlar el comportamiento problemático. Tal vez se necesite terapia adicional, y posiblemente medicamentos, para tratar trastornos de salud mental relacionados.
Una llamada que cambia todo
Suena el teléfono y es Sandra Milena Patiño Porras. “Hija, voy en camino a verte. Nos vemos mañana. Te amo”. Habían pasado 16 años desde la última vez que estuvieron juntas, 16 años en los que no se abrazaban. “Tenía mucha ansiedad. Ese día no dormí y me pasaba horas en la ventana esperando a verla”, recuerda ella. A las cinco de la tarde tocan la puerta y es Sandra con dos maletas de viaje y un morral, las soltó y salió a abrazarme. “Llegué a las cuatro de la tarde y esperé una hora para llenarme de valentía y tocar esa puerta, sentía miedo de no ser aceptada y de lo que se venía de ahora en adelante”, afirma Sandra. Solo se escuchaban los llantos y las risas nerviosas, “estás muy grande y hermosa”. Después de tantos años el amor entre ellas aún existía.
El abandono es una forma de maltrato y se da únicamente por parte de quien tiene el deber legal de asistir al niño, niña o adolescente en sus necesidades, es decir, sus padres, custodios o cuidadores. Además, es sancionado en Colombia desde los ámbitos administrativo y penal. Antioquia es la zona que acumula la mayoría de los casos, seguida de Bogotá, Valle del Cauca, Cundinamarca y Caldas. Luego de 16 años, la vida me dio otra vuelta. Ahora, con el corazón un poco más lleno, pienso en la historia de miles de niños y abuelos que, como nosotros, nos tocó ser otro tipo de familia.