Supía, a la espera de la próxima tormenta.

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Texto y fotos por: Santiago Toro Marín

Ya van dos meses de lo sucedido y los días con sus noches siguen pasando. El tiempo transcurre rápido, pero las soluciones van con delay. Las ayudas se quedan pequeñas ante la magnitud del desastre. Los 16 barrios que afectó la furia de la naturaleza todavía tienen heridas. Sus habitantes recorren entre escombros lo que tiempo atrás eran verdes pastos. Quizás vivan del recuerdo de lo que fue su entorno y, por esta razón, no se atreven a salir de la zona de riesgo o quizás, sujeto más a la realidad actual, no tienen otro lugar a dónde ir.

Ubicado en el noroccidente de Caldas, una bienvenida de un kilómetro se abre paso entre los árboles que salen al encuentro del visitante. Seis policías acostados cumplen con la intención de que el trasegar por esta recta sea lento para evitara accidentes, y también, sorprender la vista del turista. Sin embargo, la lógica de la segunda finalidad se ve alterada por la contaminación visual de desechos que yacen en la plaza de toros a un costado de la entrada a Supía. Entre rocas y lodo hay camas, muebles, armarios, juguetes y ropa que forman tumultos de lo que alguna vez fueron las pertenencias de alguien.

La remoción de escombros superó el presupuesto que tenía la Alcaldía para atender la situación. Según el secretario de Planeación de Obras Públicas, Andrés Felipe Gómez Sánchez, la primera semana después de la emergencia el municipio cumplió con su parte del Plan de Atención Específico con la entrega de mercados, colchonetas, toldos, pago de albergues, alimentación para organismos de socorro y la contratación de dos bulldozer. La Alcaldía está a la espera que la Gobernación contrate más maquinaria, ya que no solo se desbordó un río, también la quebrada Grande, Rodas, Rapao y el río Halcón. El departamento se comprometió con 500 horas de contrato de maquinaria y el Gobierno nacional con otras 2000, pero hasta ahora no han llegado.

“Antes los niños jugaban tranquilos por aquí, ahora es un riesgo por los escombros. Además, habían 10 cabezas de ganado que se las llevó la corriente”, cuenta Marleny Castro.

La realidad parece aún más turbia. Los habitantes del barrio Popular, uno de los más afectados por la avalancha, relatan la ausencia de ayudas por parte de la Administración municipal. “Sí, nos han ayudado personas en común. Ha habido mucha solidaridad por parte de ellos con mercados, colchones y camas, porque el alcalde por aquí no lo he visto”, cuenta Marleny Castro, mientras se para de su silla y señala con su mano derecha la marca hasta donde subió el nivel del agua en su casa. Ella vive en una pequeña morada junto con la de su hija. Ambas viviendas perdieron cosas materiales. Ambos hogares viven con zozobra e intranquilidad. Todas las noches se acuesta con el pensamiento si amanecerá como dice el dicho, con el agua al cuello.

La señora Castro se sienta de nuevo en su silla, cruza sus brazos, estira las piernas, inclina su cabeza y sus ojos se pierden en el recuerdo, el silencio se apodera del lugar, su expresión transmite calma, sin embargo, alguien toca bruscamente su brazo: “Ojalá tuviéramos los recursos para irnos de esta zona, porque después de lo sucedido, el miedo nos consume cada noche”, expresa la señora Castro una vez que su nieto la trajo de vuelta de ese aparente trance de calma, o más bien, de esa pesadilla que habita en sus recuerdos.

Se desciende por el rastro que dejó la inundación. Se encuentran más casas averiadas. Este comportamiento natural afectó a 1300 viviendas. Con recursos propios algunos habitantes intentan reparar los daños. A paso lento y voz agotada aparece Flor Elena Gonzáles, una anciana que vive en un segundo piso con su esposo de 67 años. Contó con la suerte de vivir en un balcón, pero con el infortunio de muchos de no recibir ayudas para reparar sus bajos, pues estos fueron desocupados dejándolos sin el único medio de ingreso económico. Por ahora levanta un muro que sirva de protección ante otra crecida del río.

“Después de un mes y medio de lo sucedido, todavía tengo lodo en mi casa.
Todos los días dedico un tiempo para hacer restauraciones”, relata Ovidio Guevara.

El río Supía ya advertía del peligro de una creciente, en lo corrido del año el municipio sufrió cuatro inundaciones. La tercera, la más severa, dejó muerte, heridos, familias damnificadas y viviendas colapsadas. El aguacero fue tan fuerte que cayó la mitad de agua que se esperaba para un mes en un lapso de hora y media, lo suficiente para generar 2500 metros cúbicos de material o escombros equivalente a ocupar el 74% de una piscina olímpica.

La Alcaldía, en el Plan de Atención Específico, calculó 200 viajes para retirar los desechos y llevarlos al relleno sanitario, es decir, en términos económicos, se necesitaría $192.000.000. “La norma es clara, este gasto se le puede transferir a la factura de los usuarios, pero nosotros no queremos hacer eso, no nos parece justo. Por eso estamos esperando a que nos giren el recurso y nos envíen los equipos para llevarlo al relleno”, explica el secretario Gómez que pareciera recitar todo de memoria, y quien no deja de mirar constantemente su celular.

El guardián del Popular

La noche estaba fría, pintaba diferente. La vista expectante y la audición en alerta estaban al vigilo del río. El agua no esperó a tocar la puerta de su casa, entró sin permiso alguno y se instaló en el primer piso. Antes de que se adueñara de todo e inclusive de su vida, Francisco de Jesús Gómez salió de su vivienda y alertó a toda la cuadra. Gracias a él, el barrio le hizo un guiño a la muerte. “Me encontraba durmiendo. Siempre me acuesto seis y media o siete. Gracias al compadre hoy puedo contar la anécdota”, agradece Ovidio Guevara que destaca a su amigo Jesús como el héroe del lugar, mientras este, de pocas palabras, lo observa sonrojado por los infinitos halagos.

El director de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD), Javier Pava, enfatizó en las respuestas que le ha dado a la Alcaldía y a La Patria que le preocupa la propuesta de la Alcaldía de Supía porque no resuelve el problema, sino que lo posterga. Para Pava, una solución definitiva es la reubicación de las familias que están al borde del río. El municipio solicita $1.100.000.000, parte del dinero es para realizar un dique. Otra parte sería para comprar lotes y trasladar a las familias, ya que la Administración no cuenta con estos terrenos.

Pasó la tormenta, y la tranquilidad de los supieños, se fue con ella. Un movimiento de agua y lodo sin previo aviso vino y se quedó. Temen por sus vidas, no por lo material. Anhelan una solución, no un para después. Solo quieren una vida digna, no una entre escombros. Hacen un llamado al Gobierno para vivir sabroso.

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